Ay, las cruzadas. Cuántos disgustos nos han traído. Porque si algo está claro es que marcó el inicio de la dominación cristiana de la política, y posiblemente también fuese el origen de la radicalización del mundo musulmán. Que bien tranquilos estaban traduciendo los libros griegos y romanos que los cristianos mandaban quemar.
Todo empezó cuando el emperador Constantino hizo del cristianismo la religión oficial de Roma allá por el año 300.
Pero pronto se vio que ente los cristianos tampoco había mucha paz y armonía y se produjo el cisma entre las sectas de occidente y la de oriente. Aquí, el obispo de Roma se auto-nombró el verdadero sucesor de Pedro y se dedicó a influir en el gobierno. Al final apareció el papado.
Por el este, estaba el patriarcado de Constantinopla que también buscaba influencia política en el imperio bizantino.
Y poco a poco se fueron distanciando cada vez más. Hasta que en el siglo XI el papa de Roma Nicolás I denunció al patriarca Photius, y estos se declararon fuera de la autoridad del papa de Roma. La separación definitiva entre la iglesia católica de Roma y la ortodoxa se produjo oficialmente en 1054.
El caso es que en la denominada Tierra Santa seguían viviendo judíos y cristianos, que junco con los musulmanes se llevaron bastante bien durante siglos. Así, podían acceder a sus templos y miles de peregrinos visitaban el lugar cada año.
Hasta que unos recién conversos al islám, los seljúcidas turcos (provenientes de Asia Central) se metieron en medio para tocarle las narices a los bizantinos.
En 1081, un ex-militar ascendió al trono de Bizancio con el alias de Alexis I Comnenus y se decidió a reconquistar las tierras que habían ganado los turcos. Pero se dio cuenta de que sus fuerzas no bastaban y necesitaría la ayuda de los cristianos occidentales, algo que consideraba no sería fácil después de todas las broncas que tuvieron.
Así que para hacer la cosa más atractiva usó el mismo lenguaje que sus enemigos islámicos: la guerra santa (la jihad). Así que, en nombre de los cristianos ortodoxos pidió la ayuda del papa de Roma (Urbano II entonces) y de los demás gobernantes bajo su autoridad. Como excusa les dijo que Constantinopla tenía muchas reliquias y santuarios, que los musulmanes se avalanzaban sobre Jerusalem y la tumba de Cristo. Y, por si acaso, también mencionó los muchos tesoros y hermosas mujeres que tenían los musulmanes.
El caso es que el papa Urbano II tenía suficientes problemas en casa, con los reyes y demás nobles a la gresca, y, lo más importante para él, con la intención de pasar de su autoridad. Así que esa petición le vino de perlas y el 27 de noviembre de 1095, aprovechando un concilio en Francia, les soltó la chapa con lo de conquistar Tierra Santa y liberar a los pobrecitos cristianos masacrados por las hordas musulmanas. Ese discurso fue llevado a lo largo de Europa. Se llamaba a tomar la cruz, de ahí el nombre de "cruzados".
Y así empezaron las tortas a lo largo de dos siglos.
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Y eso que las cruzadas fueron un gasto enorme, que hubo que costear a base de esquilmar al pueblo con impuestos, ventas de propiedades y donaciones de nobles con la idea de conseguir botines mayores de los musulmanes (y también de Bizancio, como pago por la "salvación"). Perdieron los de siempre, pero al sumo sacerdote de Roma (ninguno de los cuales participó en ninguna cruzada) le sirvió para amarrarse al poder terrenal como una ladilla.
En la primera cruzada (1096-1099) los que se apuntaron en masa fueron los menos preparados (y los peor equipados). La mayoría palmaron por el camino, de hambre o asesinados por los europeos del este. Los que consiguieron llegar a Asia menor cayeron como moscas en las primeras batallas. Luego llegaron los caballeros que sí iban preparados y consiguieron conquistar Jerusalem en 1099. Por el camino fundaron los llamados cuatro estados latinos de los cruzados: el condado de Edessa, la principalidad de Antioquía, el condado de Trípoli y el reino de Jerusalem.
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La segunda cruzada (1147-1149) se originó porque los turcos conquistaron previamente el condado de Edessa (que estaba defendido por muy pocos cruzados). Un tal Bernardo empezó a reclamar estopa y le hicieron caso el rey de Francia Luis VII y el emperador de Alemania Conrado III. El caso que que Conrado y Luis no quisieron colaborar, y ganaron los turcos.
Posteriormente Saladino reconquistó Jerusalem y casi toda la demás Tierra Santa. Así que se puso en marcha la tercera cruzada (1189-1192), y tampoco se consiguió que los líderes cristianos colaborasen entre ellos: el rey de Inglaterra Ricardo I (el del Corazón de León) que estaba repartiendo estopa, se quedó solo porque el de Francia Felipe II se volvió a casita para intentar conquistar Inglaterra. El caso es que Ricardo I consiguió recuperar Acre (Akko) y al final llegó a un reparto con Saladino: los cristianos se quedaban con la costa mediterránea y los musulmanes el interior, pero permitiendo el paso de los peregrinos hasta Jerusalem.
La cuarta cruzada (1201-1204) fue un completo fracaso: ni llegaron a Tierra Santa. Los venecianos que participaban en ella encontraron mejor tarea atacar Constantinopla y mangonear Bizancio hasta 1261. Además así conseguían acceso a las rutas comerciales con Asia.
En la quinta cruzada (1217-1221), los cristianos capturaron la ciudad de Damietta, en la desembocadura del Nilo, pero se volvieron a casa a cambio de una tregua.
La sexta cruzada (1228-1229) la lideró el emperador del sacro imperio romano Federico II. Aunque dada la experiencia anterior, prefirió negociar a darse de tortas. Y debía ser bueno, porque consiguió que los musulmanes cedieran Jerusalem, sin luchar.
Los musulmanes debieron darse cuenta del timo y volvieron a capturar Jerusalem en 1244. Así que a montar la séptima cruzada (1248-1254), a cargo del rey francés Luis IX. Más le valdría haberse quedado en París, porque le capturaron y tuvieron que soltar un pastizal enorme para que lo liberaran.
El muchacho debía estar bastante cabreado, porque nada más volver a casa montó la octava cruzada (1270), más que nada por vengarse, que aunque le santificaron, me da que los lugares santos se la traían bastante floja. El caso es que palmó por el camino, y los demás se debieron decir: si hay que ir se va, pero ya que el más interesado palmó, ir pa ná es tontería. Resultado, todos para casita.
En fin, dos siglos de darse de ostias, para que al final los musulmanes siguieran con los mismos territorios que al principio. Montañas de muertos, pueblos destruidos una y otra vez, gente inocente masacrada por unos y por otros. Y los musulmanes se redicalizaron. Y el imperio bizantino a la mierda.
Así que a los cristianísimos líderes europeos les dio por pensar: dado que con los moros no hay manera, vamos a darles brasa a otros menos fortachones. Así se volvió la vista, primero a África y luego a América. Pero esa es otra historia.
Y como no quiero terminar sin mencionar nada de ciencia, por lo menos señalar que los cruzados se quedaron muy sorprendidos de la calidad del acero de los musulmanes, especialmente del llamado acero de Damasco: duro, flexible y con decoraciones muy hermosas.
El proceso metalúrgico de fabricación estaba fuera del alcance del conocimiento europeo de la época: acero forjado con un elevado contenido en carbono añadido para aumentar la dureza. Sin punto de comparación con las espadas de hierro o de acero sin alear de los cruzados. Las espadas de los musulmanes eran más ligeras, tenían más filo y ese filo duraba mucho más. Vamos, que mataba y cortaba más y mejor.
Otra característica del acero de Damasco es el "estampado" que presenta, propio del material y del proceso de fabricación. El propio material aporta parte de esa decoración al ser producto de la difusión heterogénea del carbono. Luego, el acero era doblado, forjado, vuelto a doblar y a forjar, y así docenas de veces, con lo que se aumentaba su resistencia
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