Hay dos pequeños inventos que apenas se recuerdan cuando se habla del avance de la humanidad. Pero, tal vez, en su humildad muestran la grandeza de la ciencia y la técnica.
Uno es la rueca, acaso el verdadero origen de la revolución industrial. O simplemente la primera máquina que permitió a las mujeres tener algo de independencia.
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Porque desde siempre a la mujer se la ha relegado, prohibido e incluso asesinado por acceder a la independencia que da la educación, la cultura o ganarse la vida sin depender de nadie.
Ese miedo se puede encontrar en el odio y desprecio de los primeros cristianos organizados y ya preparándose para su reino de este mundo. Ya desde Pablo, quien consideraba al matrimonio como un estado degradado y escribía, con ironía, que era preferible casarse a arder. De ahí se reducía el papel de la mujer a simple descanso del guerrero y proveedora de descendencia.
Siguiendo con Pablo, recomendaba a las viudas no volver a casarse sino dedicarse a servir (y a satisfacer, supongo) a la iglesia.
Una mentalidad que fue degenerando hasta encontrarnos en la Edad Media, donde se recuperaba el conocimiento clásico (destruido principalmente por los propios cristianos que ahora se vanaglorian de ser sus herederos) y se empezaba a introducir la cultura germánica.
El odio del cristianismo a las mujeres es bien conocido, pero el mundo clásico no era mucho mejor: tanto los griegos como los romanos consideraban a la mujer como defectuosa e incompleta, un estado inferior al hombre, que se traducía en menores derechos.
Si a eso unimos la teología cristiana y su desprecio por los placeres terrenales y la negación de la santidad de la mujer (a fin de cuentas es el hombre el que se hace a imagen y semejanza de dios. La mujer es un derivado incompleto del hombre, llena de vicios) llegamos a entender la mentalidad de la época. Para ser un hombre de la iglesia había que ser, en teoría, casto y célibe (siendo frecuente incumplir tanto lo uno como lo otro, por no hablar del tercer requisito, el de la pobreza), mientras que los teólogos describían a la mujer como inferior al hombre en lo físico, lo mental y lo moral.
Pero nos queda la cultura germánica, que tenía unas costumbres algo diferentes. Las mismas tribus que derribaron al impresionante imperio romano, calificadas desde entonces como "bárbaros", tenían unos usos y costumbres bastante más igualitarias. Por ejemplo, permitían heredar a hombres y mujeres en igualdad de condiciones tanto dinero como propiedades.
Y en esto aparece la rueca, una máquina específicamente aplicada a un terreno en el que las mujeres ejercían el control más absoluto. Con ello llegó también cierta independencia económica y social.
Puesto que controlaban el negocio del tejido, controlaban también su comercialización. Eso trae consigo que podían imponer sus propias condiciones. Tal es así, que las tejedoras fueron las únicas mujeres de su época a las que se les permitió crear gremios como a los hombres.
Al final podían controlar ese mercado e incluso desafiar la tradición de casarse (en inglés a una solterona se le llamaba spinster, es decir la que usa una spinning wheel o rueca) pues podían manejar sus propios negocios o, si estaban casadas y enviudaban, dejarlos en herencia a sus hijas.
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El otro pequeño instrumento, del que ya se ha escrito aquí, es la brújula (que no el compás magnético como incorrectamente se traduce del inglés magnetic compass).
Comenzó siendo una simple aguja o un trozo de hierro, magnetizados al frotarse con un imán natural como la magnetita, y puestos a flotar.
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El comportamiento de las brújulas, señalando el norte sin aparente intervención humana, hicieron ver a este instrumento como propio de magos. Así se usaban en la antigua China en los orígenes del feng shui, pretendiendo servir para proteger un lugar de las malas influencias. Una vez más, el desconocimiento de un fenómeno natural se usa para el oscurantismo y el timo.
En la Europa medieval también se creía que los imanes naturales tenían propiedades mágicas. Y como nunca fue muy partidaria de la competencia, la iglesia cristiana enseguida calificó las brújulas como instrumentos de demonio (por cierto, el origen de la palabra brújula no tiene nada de mágico, ni viene de bruja [chiste fácil, lo sé] sino del italiano bussola, cajita, que a su vez viene del latín buxis, que también significa cajita, pues ya desde antiguo las brújulas se ponían dentro de una cajita para que funcionaran mejor).
Las referencias más antiguas al uso de la brújula como ayuda para la orientación son de los siglos XI o XII, en textos militares chinos, donde se habla de soldados que las usaban para no perderse durante la noche o con mal tiempo (que impedía orientarse por el sol o las estrellas). Para fabricarlas, usaban un pequeño trozo de hierro que se calentaba y luego enfriaba rápidamente, y se hacía flotar en una taza con agua.
La primera mención de la brújula en un texto europeo se encuentra en el libro De utensilibus del inglés Alexander Neckam allá por el 1180.
Hacia mediados del siglo XIII los vikingos y los mercaderes árabes ya usaban ahbitualmente brújulas.
Las ventajas de un instrumento sencillo que permitía viajar sin importar que el cielo estuviera cubierto o no se tuviera tierra a la vista son obvias.
Y el instrumento se fue perfeccionando, pues hacia finales del siglo XIII ya se ponía la aguja sobre un pivote fijado al fondo del recipiente, limitando los movimientos de la aguja para que sólo fueran circulares.
Luego se acopló un cartón con las direcciones, que por entonces eran 32.
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Pero había un problema más importante que todavía no se podía resolver: el polo norte magnético no coincide con el polo norte geográfico (lo que se llama variación). Un problema que no sólo depende de la posición sobre la superficie de la Tierra, sino que además varía con el tiempo: Actualmente la diferencia entre le polo magnético y el geográfico es de unos 1300km; pero en el siglo XIV era casi 2600km
Otro problema era la llamada desviación que producían sobre la aguja los objetos metálicos próximos. Algo que creció en importancia cuando los barcos pasaron de ser de madera a ser de hierro y luego de acero.
Así que aunque el principio básico de su funcionamiento sigue siendo el mismo, las brújulas actuales han evitado estos dos grandes problemas (principalmente con giroscopios e imanes) para ser verdaderos instrumentos de precisión. Incluso en los teléfonos móviles.
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