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Science and its times. Vol 4. 1700 to 1799 (Parte 6)

De entre los debates que hubo en la Ilustración, uno de los que más tinta hizo correr fue el de cómo se producía el desarrollo de los embriones.
Por un lado estaba la explicación que se basaba en el vitalismo, llamada de la “preforma”; y por el otro el que utilizaba el racionalismo, denominado “epigénesis”. Desgraciadamente, la falta de calidad de los microscopios de la época por un lado, y las “verdades” de la religión, por otro, dieron alas a ese debate que visto hoy en día parece hasta ridículo.
Pero realmente, este llamado “gran debate” lo que deja claro es la influencia de los prejuicios y dogmatismos religiosos sobre el razonamiento científico. Aún en contra de las evidencias que se mostraban ante los ojos de los científicos creyentes. Unos prejuicios y dogmas que eran más poderosos que las pruebas experimentales, parasitando las “explicaciones” e “hipótesis”.

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Por aquel entonces el desarrollo embrionario se denominaba “generación”, como el proceso por el que se formaría un nuevo organismo y llamaba la atención de los hombres de ciencia y filósofos (curiosamente, en estos asuntos se dejaba muy poco espacio para la opinión de las mujeres). Desgraciadamente, como en otras muchas ocasiones, la religión metió sus zarpas, complicándolo todo.

Lo que unos pretendían explicar de forma racional y natural, era para otros la prueba del plan divino de su dios, dijeran lo que dijeran los experimentos. Unos experimentos cuyos resultados ponían en solfa la capacidad creadora de ese dios, lo que no hacía mucha gracia a más de uno. Lo malo es que esos creyentes eran muy poderosos (o lo eran sus “jefes” espirituales).

Y es por el poder de la iglesia por lo que muchos científicos y pensadores se declaraban “preformistas”, es decir, que los embriones eran exactamente como los adultos, pero en miniatura. Era tal la cerrazón dogmática de esta gente que había algunos, como Joseph Aromatari que juraban allá por el siglo XVII haber visto pollos en miniatura dentro de los huevos de gallina, ¡incluso antes de ser incubados! Luego vino un gran científico de la época, Jan Swammerdam, que dijo lo mismo de insectos, pollos y ranas.
Estas ideas las “desarrolló” Nicolas de Malebranche, quien se sacó de la manga la “teoría del encajamiento”: una caja dentro de la cual habría unos embriones con la misma forma que los adultos pero en miniatura. Con la misma forma significaba eso exactamente: igualitos que los adultos pero en pequeño. Y al irse desarrollando iría cambiando la “caja”, igual que esas muñecas rusas que están unas dentro de otras, siempre iguales.

Una “teoría” que según ellos era perfectamente válida para plantas y animales (incluido el ser humano). Incluso uno de los más famosos científicos del siglo XVIII, Albrecht von Haller se apuntó enseguida a esas ideas. Aunque no por razones científicas, sino porque era un fanático religioso.

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¿Y los partidarios de la epigénesis? Pues sostenían que los embriones se desarrollaban de forma gradual a partir de estructuras no diferenciadas en su origen. Y no era una idea moderna pues algo parecido ya lo decía Aristóteles. Y lo decía después de observar embriones de gallina, también. Pero él, más de 20 siglos antes, no necesitaba inventarse nada para “ajustarse” a los dogmas religiosos, sino que observó cómo el embrión desarrollaba sus características de forma gradual. Y veinte siglos después, William Harvey observó lo mismo. Y postuló que todas las formas de vida provenían de un huevo, en el cual el embrión formaría y desarrollaría sus partes y órganos en forma progresiva, y lo llamó epigénesis. Tanto para Aristóteles como para Harvey habría un “principio generativo” que iniciaría le crecimiento y desarrollo del embrión una vez producida la fertilización.

Pero, ¿por qué una idea tan ridícula y tan fuera de la realidad observable como el preformismo tuvo tanta fuerza? Pues porque fue apoyada por otros dos de los más grandes científicos de la época: Swammerdam y Marcello Malpighi. Ambos grandes científicos, sí, pero también fanáticos religiosos que ignoraron las evidencias científicas por no renegar de sus falsos dogmas religiosos.

Y hasta es posible que en su fanatismo llegasen a falsificar los resultados de sus trabajos. Porque Swammerdam afirmaba que había diseccionado mariposas completamente desarrolladas pero en miniatura, a partir de crisálidas y ¡orugas! Y además, sostenía que eso era cierto incluso para el resto de los organismos vivos.

Pero Malpighi era todavía más “científico” que Swammerdam. Y se supone que observó embriones de gallina en diferentes estados de desarrollo, afirmando que había encontrado corazones latiendo tan solo 38 horas después de la incubación. Posiblemente también falsificó sus resultados, afirmando que había encontrado órganos muy desarrollados en huevos fertilizados pero sin incubar. Sostenía que dado que no habían sido incubados no podían haber tenido ninguna posibilidad de desarrollarse y que lo que observaba era una preforma, aunque rudimentaria.

Y claro, muchos pensaron que unos científicos tan importantes y tan piadosos no podían estar equivocados.

Afortunadamente, la defensa de la razón no sólo estaba en manos de Harvey, sino que Abraham Tremblay le dio un gran impulso con sus estudios sobre la hidra. Un bicho que tenía la extraña característica de regenerarse completamente a partir de trozos muy pequeños de su cuerpo. Tan sorprendente era el comportamiento de la hidra que hasta von Haller dijo que las ideas preformistas tenían los días contados. En este caso sí se comportó como un verdadero científico, pues aceptó lo que las evidencias mostraban ante sus propios ojos: que la hidra tenía la capacidad de auto-organizarse; y que no era lógico que la descendencia tuviese características de ambos progenitores si, según el preformismo, el embrión era una copia en miniatura de sólo uno de ellos.

Desgraciadamente, el fanatismo religioso fue demasiado fuerte para otros científicos (y para el propio von Haller) que a pesar de las evidencias, seguían defendiendo el preformismo.

Es verdad que no sólo se agarraban a dogmas religiosos. También a afirmaciones ridículas. Como las de Anton van Leeuwenhoek, quien sostenía que en el semen había “animálculos espermáticos” que serían las preformas contenidas en el posterior embrión. Y ahí apareció el homúnculo, como un ser humano en miniatura que estaría ¡dentro de la cabeza de cada espermatozoide!

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Además de la ridiculez de millones de homúnculos desperdiciados en el semen (pues sólo uno de ellos sería el ganador), la idea rezuma desprecio por las mujeres, ya que según esta majadería serían simplemente las que aportasen alimento y entorno para el desarrollo posterior de un microscópico homúnculo clavadito a su padre. Me gustaría saber qué explicación tenían estos cantamañanas para los hijos que se pareciesen a sus madres.


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Pero los espermatistas no eran los únicos con ideas ridículas. Porque en el lado contrario estaban los ovistas, como Charles Bonnet, que decían que realmente la preforma estaba dentro del óvulo femenino. Y lo debió de explicar muy convincentemente porque von Haller se la creyó totalmente y volvió a defender el preformismo, esta vez como ovista.

Así que además de andar a la gresca los preformistas con los epigenesistas, entre los preformistas se tiraban los trastos los ovistas y los animalculistas. Un debate interno sin claro vencedor, básicamente porque ninguno de ellos era capaz de mostrar ni una sola prueba de esas dichosas preformas, fuese en los espermatozoides o en los óvulos. O sea, mucho blablablá y pocas evidencias (más bien ninguna).

Afortunadamente, la epigénesis creció en prestigio, no sólo por ser del mismo bando que los éxitos de las nuevas leyes de la mecánica y la astronomía, sino también por las ridículas ideas de los preformistas. Pero no todo fue un camino de rosas, pues los instrumentos de la época no mostraban preforma ninguna, y tampoco era fácil encontrar la explicación epigenista a cómo y por qué se producían esos cambios graduales a partir de formas no diferenciadas.

Y dado que los preformistas eran todos muy respetados y piadosos cristianos…Así era posible que reputados científicos como von Haller dejaran de lado las evidencias para cumplir a toda costa eso de que la ciencia debía confirmar la presencia de su dios y su divina creación. Y que la religión debería vigilar que la ciencia no se saliese del “recto” camino para caer en el materialismo y el ateísmo. De ninguna manera se podía aceptar que la ciencia disputase a ese dios su capacidad creadora. Eso que el propio von Haller admitía que las ideas preformistas iban en contra de las evidencias que tenía delante de los ojos mediante los experimentos que observaba. Así que como no podía cambiar las evidencias, modificaba la percepción de la realidad: las preformas eran demasiado pequeñas para verse por el microscopio, pero aun así existían porque eso es lo que quería ese dios suyo. Y era ese mismo dios quien establecería los límites de lo que se podía o no ver.

Vamos, todo un ejemplo del “razonamiento” de un fanático religioso.

¿Pero no había manera de explicar lo que es el desarrollo embrionario? Parece que lo intentó Pierre Louis Moreau de Maupertuis, que se había ganado su fama confirmando experimentalmente los principios newtonianos. Y su explicación se basaba en sus propios estudios sobre rasgos heredados que, lógicamente para quien tenga ojos en la cara, provienen de ambos progenitores. Una explicación en la que los embriones recibirían “partículas” presentes en el semen de los progenitores y que sus diferentes partes se irían desarrollando gradualmente debido a una “fuerza cohesiva y natural”. Un argumento bastante lógico y basado en observaciones experimentales, que fue totalmente rechazado por von Haller y los preformistas. Un rechazo no porque demostraran que la explicación de Maupertius fuese equivocada, sino porque no incluía a dios y era por tanto inadmisible que esa “fuerza” pudiese dar lugar a un ser humano.

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Y en estas aparece Caspar F. Wolff con una tesis doctoral sobre una embriología racional, por tanto, partidario de la epigénesis. Su método se basaba en una correcta metodología científica, junto con una observación experimental detallada y todo aderezado de lógica racional. Y cuando se realizan observaciones experimentales con una mente no obnubilada por el fanatismo religioso, no aparecen preformas por ningún lado, sino la verdad del desarrollo gradual a partir de óvulos no diferenciados. Él tampoco acertaba completamente con el proceso tal como hoy se conoce (no disponía de los medios técnicos necesarios), por lo que proponía un proceso de “solidificación” del líquido interior del óvulo, controlado por una “fuerza vital” o vis essentialis, semejante a la de Maupertuis.

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El caso es que se inició una disputa entre el joven Wolff y el prestigioso von Haller. Pero Haller no utilizó nuevos argumentos basados en sus propias experiencias, sino que siguió machaconamente con su respuesta fanática: las preformas eran demasiado pequeñas para ser observadas, porque así lo quería dios.

Así que la tontería fanática del preformismo continuó vigente hasta casi el final del siglo XIX, cuando otro científico respetable como Johann Blumenbach confirmó los trabajos de Tremblay sobre la regeneración en la hidra.

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Pero este “gran debate” lo que sí pone de manifiesto, como ya se apuntó antes, es que el fanatismo religioso y dar más importancia a las creencias sobre las evidencias sólo lleva a error y falsedades, por mucho prestigio que tenga quien las diga. El verdadero avance científico se debe basar en una metodología científica correcta, con experimentos bien diseñados y el posterior análisis empírico. Pero esto es totalmente incompatible con la religión. Desgraciadamente en aquella época, no se disponía de los medios técnicos necesarios para descartar la “explicación” preformista: los microscopios no eran lo suficientemente precisos.


En cualquier caso, los preformistas se han reencarnado en los que consideran que el ADN contendría la “preforma” (como instrucciones moleculares) del organismo que posteriormente se desarrollará a partir de un óvulo fertilizado e indeferenciado. Sólo falta añadir que es dios quien “diseña” ese ADN para volver con la misma cantinela.

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