De entre los
debates que hubo en la Ilustración, uno de los que más tinta hizo correr fue el
de cómo se producía el desarrollo de los embriones.
Por un lado
estaba la explicación que se basaba en el vitalismo, llamada de la “preforma”; y por el otro el que
utilizaba el racionalismo, denominado “epigénesis”.
Desgraciadamente, la falta de calidad de los microscopios de la época por un
lado, y las “verdades” de la religión, por otro, dieron alas a ese debate que
visto hoy en día parece hasta ridículo.
Pero
realmente, este llamado “gran debate” lo que deja claro es la influencia de los
prejuicios y dogmatismos religiosos sobre el razonamiento científico. Aún en
contra de las evidencias que se mostraban ante los ojos de los científicos
creyentes. Unos prejuicios y dogmas que eran más poderosos que las pruebas
experimentales, parasitando las “explicaciones” e “hipótesis”.
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Por aquel
entonces el desarrollo embrionario se denominaba “generación”, como el proceso por el que se formaría un nuevo
organismo y llamaba la atención de los hombres de ciencia y filósofos
(curiosamente, en estos asuntos se dejaba muy poco espacio para la opinión de
las mujeres). Desgraciadamente, como en otras muchas ocasiones, la religión
metió sus zarpas, complicándolo todo.
Lo que unos
pretendían explicar de forma racional y natural, era para otros la prueba del
plan divino de su dios, dijeran lo que dijeran los experimentos. Unos
experimentos cuyos resultados ponían en solfa la capacidad creadora de ese
dios, lo que no hacía mucha gracia a más de uno. Lo malo es que esos creyentes
eran muy poderosos (o lo eran sus “jefes” espirituales).
Y es por el
poder de la iglesia por lo que muchos científicos y pensadores se declaraban
“preformistas”, es decir, que los embriones eran exactamente como los adultos,
pero en miniatura. Era tal la cerrazón dogmática de esta gente que había
algunos, como Joseph Aromatari que
juraban allá por el siglo XVII haber visto pollos en miniatura dentro de los huevos
de gallina, ¡incluso antes de ser incubados! Luego vino un gran científico de
la época, Jan Swammerdam, que dijo
lo mismo de insectos, pollos y ranas.
Estas ideas
las “desarrolló” Nicolas de Malebranche,
quien se sacó de la manga la “teoría del encajamiento”: una caja dentro de la
cual habría unos embriones con la misma forma que los adultos pero en
miniatura. Con la misma forma significaba eso exactamente: igualitos que los
adultos pero en pequeño. Y al irse desarrollando iría cambiando la “caja”, igual
que esas muñecas rusas que están unas dentro de otras, siempre iguales.
Una “teoría”
que según ellos era perfectamente válida para plantas y animales (incluido el
ser humano). Incluso uno de los más famosos científicos del siglo XVIII, Albrecht von Haller se apuntó enseguida
a esas ideas. Aunque no por razones científicas, sino porque era un fanático
religioso.
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¿Y los
partidarios de la epigénesis? Pues sostenían que los embriones se desarrollaban
de forma gradual a partir de estructuras no diferenciadas en su origen. Y no
era una idea moderna pues algo parecido ya lo decía Aristóteles. Y lo decía después de observar embriones de gallina,
también. Pero él, más de 20 siglos antes, no necesitaba inventarse nada para
“ajustarse” a los dogmas religiosos, sino que observó cómo el embrión
desarrollaba sus características de forma gradual. Y veinte siglos después, William Harvey observó lo mismo. Y
postuló que todas las formas de vida provenían de un huevo, en el cual el
embrión formaría y desarrollaría sus partes y órganos en forma progresiva, y lo
llamó epigénesis. Tanto para Aristóteles como para Harvey habría un “principio
generativo” que iniciaría le crecimiento y desarrollo del embrión una vez
producida la fertilización.
Pero, ¿por
qué una idea tan ridícula y tan fuera de la realidad observable como el
preformismo tuvo tanta fuerza? Pues porque fue apoyada por otros dos de los
más grandes científicos de la época: Swammerdam y Marcello Malpighi. Ambos grandes científicos, sí, pero también
fanáticos religiosos que ignoraron las evidencias científicas por no renegar de
sus falsos dogmas religiosos.
Y hasta es
posible que en su fanatismo llegasen a falsificar los resultados de sus
trabajos. Porque Swammerdam afirmaba que había diseccionado mariposas completamente
desarrolladas pero en miniatura, a partir de crisálidas y ¡orugas! Y además,
sostenía que eso era cierto incluso para el resto de los organismos vivos.
Pero Malpighi
era todavía más “científico” que Swammerdam. Y se supone que observó embriones
de gallina en diferentes estados de desarrollo, afirmando que había encontrado
corazones latiendo tan solo 38 horas después de la incubación. Posiblemente
también falsificó sus resultados, afirmando que había encontrado órganos muy
desarrollados en huevos fertilizados pero sin incubar. Sostenía que dado que no
habían sido incubados no podían haber tenido ninguna posibilidad de
desarrollarse y que lo que observaba era una preforma, aunque rudimentaria.
Y claro,
muchos pensaron que unos científicos tan importantes y tan piadosos no podían
estar equivocados.
Afortunadamente,
la defensa de la razón no sólo estaba en manos de Harvey, sino que Abraham Tremblay le dio un gran impulso
con sus estudios sobre la hidra. Un bicho que tenía la extraña característica
de regenerarse completamente a partir de trozos muy pequeños de su cuerpo. Tan
sorprendente era el comportamiento de la hidra que hasta von Haller dijo que
las ideas preformistas tenían los días contados. En este caso sí se comportó
como un verdadero científico, pues aceptó lo que las evidencias mostraban ante
sus propios ojos: que la hidra tenía la capacidad de auto-organizarse; y que no
era lógico que la descendencia tuviese características de ambos progenitores
si, según el preformismo, el embrión era una copia en miniatura de sólo uno de
ellos.
Desgraciadamente,
el fanatismo religioso fue demasiado fuerte para otros científicos (y para el
propio von Haller) que a pesar de las evidencias, seguían defendiendo el
preformismo.
Es verdad que
no sólo se agarraban a dogmas religiosos. También a afirmaciones ridículas.
Como las de Anton van Leeuwenhoek,
quien sostenía que en el semen había “animálculos espermáticos” que serían las
preformas contenidas en el posterior embrión. Y ahí apareció el homúnculo, como un ser humano en
miniatura que estaría ¡dentro de la cabeza de cada espermatozoide!
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Además de la
ridiculez de millones de homúnculos desperdiciados en el semen (pues sólo uno
de ellos sería el ganador), la idea rezuma desprecio por las mujeres, ya que
según esta majadería serían simplemente las que aportasen alimento y entorno
para el desarrollo posterior de un microscópico homúnculo clavadito a su padre.
Me gustaría saber qué explicación tenían estos cantamañanas para los hijos que
se pareciesen a sus madres.
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/94/Preformation.GIF |
Pero los
espermatistas no eran los únicos con ideas ridículas. Porque en el lado
contrario estaban los ovistas, como Charles
Bonnet, que decían que realmente la preforma estaba dentro del óvulo
femenino. Y lo debió de explicar muy convincentemente porque von Haller se la
creyó totalmente y volvió a defender el preformismo, esta vez como ovista.
Así que
además de andar a la gresca los preformistas con los epigenesistas, entre los
preformistas se tiraban los trastos los ovistas y los animalculistas. Un debate
interno sin claro vencedor, básicamente porque ninguno de ellos era capaz de
mostrar ni una sola prueba de esas dichosas preformas, fuese en los
espermatozoides o en los óvulos. O sea, mucho blablablá y pocas evidencias (más
bien ninguna).
Afortunadamente,
la epigénesis creció en prestigio, no sólo por ser del mismo bando que los
éxitos de las nuevas leyes de la mecánica y la astronomía, sino también por las
ridículas ideas de los preformistas. Pero no todo fue un camino de rosas, pues
los instrumentos de la época no mostraban preforma ninguna, y tampoco era fácil
encontrar la explicación epigenista a cómo y por qué se producían esos cambios
graduales a partir de formas no diferenciadas.
Y dado que
los preformistas eran todos muy respetados y piadosos cristianos…Así era
posible que reputados científicos como von Haller dejaran de lado las evidencias
para cumplir a toda costa eso de que la ciencia debía confirmar la presencia de
su dios y su divina creación. Y que la religión debería vigilar que la ciencia
no se saliese del “recto” camino para caer en el materialismo y el ateísmo. De
ninguna manera se podía aceptar que la ciencia disputase a ese dios su
capacidad creadora. Eso que el propio von Haller admitía que las ideas
preformistas iban en contra de las evidencias que tenía delante de los ojos
mediante los experimentos que observaba. Así que como no podía cambiar las
evidencias, modificaba la percepción de la realidad: las preformas eran
demasiado pequeñas para verse por el microscopio, pero aun así existían porque
eso es lo que quería ese dios suyo. Y era ese mismo dios quien establecería los
límites de lo que se podía o no ver.
Vamos, todo
un ejemplo del “razonamiento” de un fanático religioso.
¿Pero no
había manera de explicar lo que es el desarrollo embrionario? Parece que lo
intentó Pierre Louis Moreau de
Maupertuis, que se había ganado su fama confirmando experimentalmente los
principios newtonianos. Y su explicación se basaba en sus propios estudios
sobre rasgos heredados que, lógicamente para quien tenga ojos en la cara,
provienen de ambos progenitores. Una explicación en la que los embriones
recibirían “partículas” presentes en el semen de los progenitores y que sus
diferentes partes se irían desarrollando gradualmente debido a una “fuerza
cohesiva y natural”. Un argumento bastante lógico y basado en observaciones
experimentales, que fue totalmente rechazado por von Haller y los preformistas.
Un rechazo no porque demostraran que la explicación de Maupertius fuese
equivocada, sino porque no incluía a dios y era por tanto inadmisible que esa
“fuerza” pudiese dar lugar a un ser humano.
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Y en estas
aparece Caspar F. Wolff con una
tesis doctoral sobre una embriología racional, por tanto, partidario de la
epigénesis. Su método se basaba en una correcta metodología científica, junto
con una observación experimental detallada y todo aderezado de lógica racional.
Y cuando se realizan observaciones experimentales con una mente no obnubilada
por el fanatismo religioso, no aparecen preformas por ningún lado, sino la
verdad del desarrollo gradual a partir de óvulos no diferenciados. Él tampoco
acertaba completamente con el proceso tal como hoy se conoce (no disponía de
los medios técnicos necesarios), por lo que proponía un proceso de
“solidificación” del líquido interior del óvulo, controlado por una “fuerza
vital” o vis essentialis, semejante a
la de Maupertuis.
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/c/ce/Wolff.C.F.jpg/220px-Wolff.C.F.jpg |
El caso es
que se inició una disputa entre el joven Wolff y el prestigioso von Haller.
Pero Haller no utilizó nuevos argumentos basados en sus propias experiencias,
sino que siguió machaconamente con su respuesta fanática: las preformas eran
demasiado pequeñas para ser observadas, porque así lo quería dios.
Así que la
tontería fanática del preformismo continuó vigente hasta casi el final del
siglo XIX, cuando otro científico respetable como Johann Blumenbach confirmó los trabajos de Tremblay sobre la
regeneración en la hidra.
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/93/Johann_Friedrich_Blumenbach.jpg |
Pero este
“gran debate” lo que sí pone de manifiesto, como ya se apuntó antes, es que el
fanatismo religioso y dar más importancia a las creencias sobre las evidencias
sólo lleva a error y falsedades, por mucho prestigio que tenga quien las diga.
El verdadero avance científico se debe basar en una metodología científica
correcta, con experimentos bien diseñados y el posterior análisis empírico.
Pero esto es totalmente incompatible con la religión. Desgraciadamente en
aquella época, no se disponía de los medios técnicos necesarios para descartar
la “explicación” preformista: los microscopios no eran lo suficientemente
precisos.
En cualquier
caso, los preformistas se han reencarnado en los que consideran que el ADN
contendría la “preforma” (como instrucciones moleculares) del organismo que
posteriormente se desarrollará a partir de un óvulo fertilizado e
indeferenciado. Sólo falta añadir que es dios quien “diseña” ese ADN para
volver con la misma cantinela.
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