Desgraciadamente, mucha de la innovación tecnológica de la época medieval fue debida a la guerra. Y en esto también los chinos nos llevan siglos de ventaja.
Porque para obtener hierro, Europa tuvo que esperar al siglo XV para desarrollar hornos adecuados. Unos hornos que ya se usaban en China diecisiete siglos antes.
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Había tantos, quemando madera (carbón vegetal), que la deforestación llegó a ser importante. De ahí que se buscaran alternativas como el carbón de coque ya en el año 400, aunque no fue de uso común hasta aproximadamente el 1100.
En Europa se pasó del carbón vegetal al de coque en el siglo XVII, aunque hasta el siglo siguiente no fue de uso habitual.
Una curiosidad. En inglés a cierto tipo de hierro se le llama "pig iron" (que sería algo así como el arrabio a partir del cual se prepararía el actual acero). Pues porque el hierro líquido se dirigía a los moldes a través de canales repartidos alrededor del horno, en una forma semejante a la de los lechones cuando maman de la madre. De ahí también vino lo de "cast iron" para referirse al producto obtenido al verter o vaciar (cast) el hierro líquido en los moldes.
Dadas las ventajas de los productos hechos de hierro, incrementó la demanda de combustible para los hornos. De ahí la deforestación para obtener el carbón vegetal primero, y luego el desarrollo de la minería para obtener el coque. Al seguir incrementándose la demanda, las minas tuvieron que ser más, más grandes y más profundas.
Y para explotar esas minas cada vez más grandes y profundas hubo que desarrollar nuevas máquinas (principalmente para eliminar el agua que las llenaba). De ahí surgieron las máquinas de vapor, que a su vez se desarrollaron porque había hierro y luego acero disponible para construirlas.
Y además de hierro y acero (así como otras aleaciones metálicas), para construir armas de fuego era necesaria la introducción de la pólvora en Europa. Una pólvora originada en China allá por el siglo X.
Se supone que al principio usaban la llamada pólvora negra en ceremonias religiosas. En una de ellas se golpeaban cañas de bambú para espantar demonios. Para hacer el ruido más intenso, se espolvoreaba la pólvora negra sobre el fuego. Posteriormente, también podrían haberla usado en fuegos artificiales o como señales.
La fórmula se ha mantenido casi invariable hasta la actualidad: 75% de salitre, 15% de carbón vegetal, 10% de azufre.
¿Y cuándo llegó a Europa? Pues no se sabe, excepto que una persona podría conocerla en 1242: Roger Bacon. Estaría en un anagrama en latín, aunque de difícil descifrado, seguramente para mantenerlo en secreto. Dado su trabajo como erudito, es posible que averiguase la fórmula leyendo algún escrito árabe.
Lo que sí está demostrado es que a finales del siglo XIII la pólvora ya estaba introducida en Europa.
Bueno. No siempre nos adelantaron los chinos. Aunque es posible que ellos usaran la pólvora con fines militares, los europeos destacamos enseguida en el desarrollo de armas para usarla. Por ejemplo, se dice que un monje llamado Berthold Schwarz inventaría las armas de fuego allá por el siglo XIV.
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¿Cómo se preparaba antes la pólvora? Moliendo los ingredientes por separado y luego mezclándolos en seco (pólvora serpentina). Esta pólvora tenía un problema, podía explotar de forma descontrolada. O incluso, si había vibración, podían separarse sus componentes en función de la densidad (el azufre abajo y el carbón vegetal arriba) y no funcionar: En plena faena el soldado tenía que volver a hacer la mezcla. Consecuencia: el enemigo que se venía encima, o se generaban nubes de productos tóxicos y explosivos. Bueno, a fin de cuentas para eso están las guerras, ¿no? Para pasarlo bien se va uno al cine.
El caso es que dado que lo importante era matar a los otros sin perjudicarse a uno mismo o a los suyos, hubo que mejorar la pólvora. Así apareció la corned powder, allá por el 1400: la mezcla se hacía en mojado y se obtenía una pasta húmeda. Así se conseguía un mejor mezclado, no se separaban los componentes y se podía fabricar en grandes cantidades en molinos, sin riesgo de explosión (hay que secarla para que haga su función) y de forma más barata.
Para usarla, había que secarla y deshacerla en los típicos granitos que ya se ven hasta en las películas.
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El tamaño del grano era importante para conseguir una explosión controlada e, incluso, el demasiado fino se volvía a reutilizar para obtener el tamaño adecuado.
El único problema que no hubo manera de resolver en aquella época era usarla cuando se mojaba. Hubo que esperar hasta 1807 cuando otro cura (estos católicos siempre en todos los fregados...), esta vez escocés, Alexander Forsythe inventó el gatillo de disparo por percusión, que usaba un fulminante de mercurio para hacer saltar la chispa que provocaría la ignición de la pólvora.
Antes, en el siglo XVII vino el mecanizado en espiral del interior del cañón, para que la bala gire antes de salir, con lo que se mejora la puntería y la velocidad. Pero no se popularizó hasta el siglo XIX.
Su aquel también lo tuvo la ballesta. Incluso se debatió si era ético usarla en la guerra. Es más, los que la usaban no se consideraban decentes y en 1139 su uso se declaró causa de excomunión.
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Por tanto, los ballesteros eran los soldados de más baja clase dentro de los grupos armados que llevaban los señores feudales a la guerra y se usaban como último recurso. Por su parte, los ballesteros eran considerados seres corrompidos moralmente.
Entonces ¿cómo se conseguía que alguien quisiera ser ballestero? Ofreciendo ventajas profesionales a quienes quisieran perder su reputación: recibían el doble de dinero e incluso concesiones de tierras. Eso sí, cuando los jefes se las veían difíciles, no tardaban en recurrir a ellos.
Los ballesteros perdían su decencia. ¡Como si sus señores la tuvieran antes!
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