Otro debate de esa época interesante fue el de la generación espontánea. Este sí con más entidad
“científica”, pues ambos bandos se basaban en experimentos reales, no en creencias
religiosas. Aunque la religión también tuvo que meter baza.
Pero fue un debate que
puso, y pone, de manifiesto la importancia de diseñar cuidadosamente los experimentos
que soporten nuestras ideas. Porque los que realizaron el naturalista francés
Georges Buffon y el microscopista inglés John Turbeville parecían demostrar la
validez de la generación espontánea. Pero fueron los experimentos mejor
diseñados por el fisiólogo italiano Lazzaro Spallanzani los que mostraron los
errores experimentales de los otros.
Porque es
así, como ha ocurrido siempre, el funcionamiento de la ciencia: repetir los
experimentos de otros para comprobar su validez
Pero
empecemos por el principio.
Según la
teoría de la generación espontánea,
es posible que surjan seres vivos a partir de materia muerta. Una idea que no
era nueva en el siglo XVIII. A fin de cuentas, desde antiguo, a partir de la
carne muerta se “generaban” una gran cantidad de bichos. Así, se llegó a creer
que no sólo los insectos, sino también ranas y ratas provenían del lodo, el
barro y del estiércol, por la acción de la humedad y del calor.
Pero estas
ideas fueron puestas en entredicho a medida que los experimentos se hicieron en
condiciones más controladas. Ya en el siglo XVII, el médico y poeta italiano Francesco Redi descubrió que si la
carne podrida se mantenía libre de moscas adultas no aparecían larvas. Y
observó que si había moscas, éstas dejaban huevos de los que surgían esas
larvas, sin necesidad de generación espontánea. Pero los partidarios de ésta no
se mostraron convencidos, y al igual que los preformistas, no dieron su brazo a
torcer ante las evidencias: la generación espontánea existía pero sólo en los
organismos microscópicos, que no se podían ver.
http://i.ytimg.com/vi/7yRzZa9T02k/hqdefault.jpg |
Y no tardaron
en juntar ambas cosas: los animálculos que Van Leeuwenhoek decía que veía a
través de aquellos rudimentarios microscopios eran la prueba de la existencia
de la generación espontánea tanto en plantas como en animales que aparecían en
las aguas pantanosas y estancadas. Incluso esas miniaturas serían las famosas
moléculas vivientes, las mónadas del gran filósofo y matemático Leibniz.
A los
animáculos de Leeuwenhoek otros les llamaban “infusorios”, porque habrían sido
originados en infusiones. Uno de los investigadores que vio a estos infusorios
fue Louis Joblot, pero no se creía
que surgieran espontáneamente. Así que planteó un experimento: hirvió el medio
de crecimiento de estos bichos y lo dividió en dos partes: Una parte la metió
en un frasco que después selló, y la otra parte en un frasco sin sellar.
Obviamente, sólo el frasco abierto mostró la aparición del bicherío. Y sólo al
abrir el frasco sellado era la manera de que también crecieran los bichos. La
conclusión de Jablot era evidente: no era el medio sólo el necesario para la
aparición de esos bichos, sino que tenía que haber algo en el aire
imprescindible para su generación.
https://alunoarretado.files.wordpress.com/2010/04/042610_1745_biologiares1.jpg?w=500 |
El problema
para Jablot fue que otros repitieron sus experimentos, pero con resultados
diferentes. Unos de los que no pudieron obtener los mismos resultados fueron
Buffon y Turbeville (un cura, el primero que fue admitido en la Royal Society).
Este último, además de partidario de la generación espontánea, también era
vitalista: no creía que los procesos propios de los seres vivos pudiesen ser
explicados mediante la física y la química. O sea, que si la realidad iba en contra de la religión, fuera la realidad.
En los
experimentos de Turbeville, repitiendo los de Joblot, sí se producía
crecimiento de organismos incluso con el frasco sellado y calentado durante 30
minutos. Su explicación era que aunque la materia dentro del frasco estuviese
muerta (o pudiese haber muerto después del calentamiento) todavía contenía una
“fuerza vegetativa o principio común” a todos los seres vivos, que se
“liberaría” lentamente después de la muerte del organismo. Esa fuerza
vegetativa sería el origen (un “semen universal”) de los microorganismos que
surgen de la materia muerta.
Pero como ya
se descubrió al principio de esta entrada, eran los experimentos de Buffon y
Turbeville los que estaban mal realizados. Y fue Spallanzani quien demostró ese
error. Lo curioso es que Spallanzani era ovista (como von Haller) y no estaba
de acuerdo con las ideas epigenésicas de Buffon. Efectivamente, éste tenía
razón en una cosa, pero se equivocaba en otra. Es lo que tiene el ser humano,
que no hay uno que tenga la razón en todo.
El caso es
que Sapllanzani apoyaba la idea de los animálculos de Leeuwenhoek y para ello
realizó experimentos en los que hervía un medio enriquecido y sellaba el
recipiente de forma inmediata fundiendo la boca. En esas condiciones pasaba lo
que decía Jablot: no había crecimiento de microorganismos. Por tanto, dedujo
que los infusorios que aparecían de forma natural en las aguas estancadas y
otros medios, eran realmente organismos vivos.
Y en otros
experimentos observó que mientras los animálculos más grandes apenas resistían las altas
temperaturas, los más pequeños podían resistir más de una hora en líquidos
hirviendo, y que era necesaria la presencia de aire (un aire que estaba dentro
de los recipientes supuestamente sellados de Buffon y Turbeville) para que esos
microorganismos se desarrollaran.
Pero aun así,
la idea de la generación espontánea siguió dando coletazos hasta Louis Pasteur y John Tyndall, en el siglo siguiente. ¿Por qué los experimentos de
Spallanzani no fueron suficientes? Pues porque hay un principio básico en
ciencia que dice que la no existencia es imposible de demostrar completamente.
En este caso, los partidarios de la generación espontánea se agarraban a la
posibilidad de que siempre hubiese una excepción que pudiese confirmar su idea.
Que aunque experimento a experimento esa idea fuese demostrada falsa, podría
haber condiciones en las que sí fuese cierta. Y si no, había una “explicación”
más sencilla e irrebatible: la “fuerza vital” no obedecía a las leyes
físico-químicas y podía ser destruida por el calentamiento excesivo. Y claro,
así no había manera de demostrar su no existencia. Y si encima se tenía a dios de su lado...
Pasteur y
Tyndall demostraron la presencia de gérmenes en el aire como originadores de
esos microorganismos, y que los recién formados eran iguales que los
procreadores. Y que la esterilización era la manera de evitar su desarrollo.
Buffon y Turbeville pensaban que esos microorganismos se originaban a partir
del medio muerto, y también se equivocaban, pues los gérmenes eran
transportados por el aire.
http://www2.bc.cc.ca.us/bio16/images/spontaneous.jpg |
Comentarios
Publicar un comentario
Los comentarios serán editados por el autor siguiendo su propio criterio