CHARLES DARWIN Y LA REVOLUCIÓN DARWINIANA
DESARROLLOS A PARTIR DEL DARWINISMO
También hubo entusiastas partidarios desde el principio: Karl Vogt incorporó la evolución a sus clases universitarias; Th. H. Huxley fue todavía más acaloradamente defensor de Darwin, y su libro Man's place in nature (1863) hizo la labor divulgativa que precisaba la teoría.
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Otra ayuda imprescindible la proporcionó la paleontología y sus cada vez más abundantes fósiles encontrados por todas partes. Incluso con el Hombre de Java como candidato a eslabón perdido entre los humanos y sus ancestros, aunque quedó en nada (era un Homo Erectus).
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En esa potenciación de la labor paleontológica destaca el alemán darwinista E. Haeckel, quien de paso inventó el término ecología.
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Un debate interesante de la época fue alrededor del lugar de aparición de los humanos. Muchos restos provenían de África pero también en otras partes (el Hombre de Java, el Hombre de Pekín...). Ahora, mal que le pese al facherío mundial, el ser humano parece que claramente surgió en África.
También pronto empezó a relacionarse el darwinismo con aspectos sociales, sobre todo en Alemania. L Büchner publicó en 1855 Fuerza y materia: Estudios empiricofilosóficos (Kraft und Staff: Empirich-naturalphilosophische Studien) en el que se aceptaba la evolución, pero con el ser humano como culmen y sin necesidad de que continuase. Por tanto, el ser humano no estaría a merced de ls la lucha por la existencia.
Evidentemente, cada uno arrima el ascua a su sardina, como se verá en el capítulo siguiente sobre el darwinismo social y su degeneración eugenésica.
Evidentemente, cada uno arrima el ascua a su sardina, como se verá en el capítulo siguiente sobre el darwinismo social y su degeneración eugenésica.
LA SÍNTESIS NEODARWINIANA
La teoría de Darwin tenía sus lagunas: No era capaz de explicar la herencia ni los cambios bruscos. Tuvo que inventarse la pangénesis (ahora más de moda en cosmología) mediante unas partículas que transmitirían la información de una generación a la siguiente. Es lo que tiene que ni siquiera se hubiera inventado la palabra genética.
Además, todavía muchos partidarios de la evolución seguían pensando (es lo que tiene el empapamiento de siglos de la religión en todos los ámbitos de la vida) en que tenía que haber un propósito para la misma; que la evolución tenía que tener un camino, una guía y un fin. La selección natural, así a pelo y con sus implicaciones, no hacía mucha gracia, por ejemplo, a H. Spencer (quien fue el inventor, y no Darwin, de lo de la lucha por la existencia). Esas ideas se resumirían en el concepto de ortogénesis, más usado por teólogos que científicos, en su casi irritante manía de meter a su dios como causa y final de todo lo que no pueden vencer.
Pero tuvo que ser un monje austríaco, G. Mendel el que volviera a poner en su justo lugar a una evolución de la que se estaban apoderando todos para sus causas particulares. Allí en su monasterio y con sus guisantes, descubrió las leyes de la herencia.
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Desgraciadamente poco caso le hicieron; ni el propio Darwin, a quien le mandó sus escritos. Hubo que esperar a su redescubrimiento por parte de gente como H. de Vries, quien acuñó el término mutación para describir las rápidas variaciones no evolutivas que se podían heredar. También gente como W. Bateson, quien consideraba que la selección natural sola no era suficiente para la formación de nuevas especies (él acuño el término genética).
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Aún así hay capítulos oscuros en esto de la genética y su relación con la evolución. Uno de los más trágicos es el caso del austríaco P. Kammerer y su intento de demostrar la pervivencia del Lamarkismo. La historia de sus sapos parteros es bien conocida: Esa especie se aparea en tierra y el macho retira los huevos de la hembra y se los lleva en sus patas. Dado que no se aparean en el agua, los machos no necesitan agarres (almohadillas nupciales).
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Así que Kammerer pretendía demostrar la herencia de los caracteres adquiridos haciendo aparearse a los sapos parteros en el agua, de tal manera que su descendencia terminaría teniendo las dichosas almohadillas de agarre. Sus resultados fueron detectados por W. Bateson como fraude al encontrar tinta inyectada en las patas de los sapos para que pareciera que iban teniendo las almohadillas.
Aquí la historia ya depende de quién la cuente: Unos dicen que sus ayudantes querían desprestigiarle; otros sostienen que esos mismos ayudantes, viendo su interés por el asunto y que no avanzaba, quisieron de buena fe ayudarle. El caso es que parece ser aceptado que el fraude no partiría del propio Kammerer (aunque no sería el primero que por demostrar sus ideas hiciera lo que fuese). La cosa terminó muy mal, pues aunque había aceptado irse a la Universidad de Moscú, donde la dictadura estalinista era muy partidaria de Lamark (sólo hay que ver la desgracia que supuso para la Unión Soviética el iluminado de T. Lysenko), terminó suicidándose.
En cualquier caso, la llamada síntesis neodarwiniana de los años 1930 sería la clara vencedora del asunto. Incluso con soviéticos emigrados como Th. Dobzhansky y su explicación sobre la influencia de la geografía en la complejidad genética de una población. O como su discípulo E. Mayr y el aislamiento geográfico como forma de emergencia de nuevas especies. Otros, como G. Gaylor Simpson combinaron la paleontología con la genética para explicar la macroevolución.
La biología molecular y el ADN hicieron el resto.
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