A lo largo de la historia de la ciencia hubo diferentes teorías que parecían ser la explicación de la realidad. Luego se demostró que no lo eran o que no podían hacerlo de una manera completa o mejor que otras. Pero así es la ciencia: una teoría sólo se acepta si es mejor que las otras, y siempre está en proceso de mejora. Algo que los esotéricos y demás fauna no pueden hacer porque sus "teorías" son siempre auto-concluyentes y cerradas a toda crítica o revisión.
Una de esas teorías que parecía ser una buena explicación fue la del flogisto, defendida por grandes científicos de su época y hoy sólo mantenida por embaucadores y espiritualistas.
Pero es una teoría con pedigrí, pues se puede remontar a Platón y su idea del "principio combustible" que se encontraría en el interior de los objetos inflamables. Una idea que en el Renacimiento retomó la alquimia, que la asoció con el azufre. La alquimia consideraba que la materia podía estar constituida por azufre, mercurio y sal. Y el azufre sería el responsable de que la madera ardiese, el mercurio sería el responsable de la llama que se origina durante la combustión y la sal serían las cenizas que quedarían de la madera después de arder.
Había un pequeño problema, pues lo que molaba entonces era la idea de los 4 elementos de Aristóteles, por lo que las explicaciones sobre el porqué ardían las cosas podían ser algo confusas mezclando ambas ideas.
En eso estaba el asunto cuando aparece el alquimista alemán Johann Becher. Un tío muy peculiar pues llegó a venderle al gobierno holandés un proceso para "transformar" plata y arena en oro. También decía haber tenido en sus manos una piedra que proporcionaba invisibilidad y que habría descubierto gansos que vivían en los árboles y que incubaban sus huevos con las patas. Bueno, fantasmadas aparte, intentó, como otros en su época, simplificar el batiburrillo que era la alquimia de entonces y propuso una "esencia oleosa" como principio esencial de la materia. Como muestra del caos en que estaba convertida la alquimia, también aceptaba la idea del azufre-mercurio-sal y los 4 elementos de Aristóteles. Eso sí, la tierra la dividía a su vez en otros tres componentes diferentes. Uno de ellos sería la "tierra oleosa" (terra pinguis) que luego sería utilizada para construir la idea del flogisto. Según Becher, una sustancia sólo podría arder si tenía en su composición esa "tierra oleosa".
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El caso es que el lenguaje de Becher no fue lo suficientemente claro, por lo que su idea pasaría más bien desapercibida si no fuera por un discípulo suyo, mucho más famoso en el mundo de la ciencia, Georg Stahl. No es que escribiera mejor, pero tuvo más difusión.
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Su idea era que el flogisto sería el principio material (o sea a una sustancia) que se emitiría de las cosas al arder. Esa emisión sería tan violenta que se originarían las llamas y las chispas, quedando al final las cenizas (que como no arden no tendrían flogisto).
La verdad es que esa idea tuvo mucho éxito ya desde el principio y se mantuvo como la mejor explicación durante siglos. Porque explicaba la realidad de una forma "lógica" y se ajustaba a los estudios sobre la combustión que se estaban realizando por entonces. Además servía para los que pensaban que el azufre era el origen de la combustión y para los que querían explicar la combustión de sustancias que no parecían tener azufre. Adaptaba la idea de los cuatro elementos de Aristóteles incorporando la idea del "principio combustible" de Platón. ¿Qué más se podía pedir?
Bien es verdad que el ni el nombre era nuevo, pues ya se había usado a principios del siglo XVII. Por cierto, flogisto es arder en griego.
Otra cosa es que el muchacho creyese que su "teoría" había sido inspirada por dios y que el resto del populacho (incluyendo a sus alumnos) eran demasiado lerdos para entenderla. Por tanto, sus explicaciones no fueron las mejores para hacerse entender, pero fueron fielmente copiadas y reproducidas por sus alumnos.
Por supuesto, ya en aquella época había otras teorías más correctas sobre la naturaleza del fuego, pero la idea del flogisto era demasiado popular para que fueran tenidas en cuenta. Así, en Inglaterra había la teoría de que era el aire lo que permitiría la combustión y la vida. No andaban desencaminados Robert Hooke, John Mayow y Stephen Hales, aunque no supiesen qué era eso del oxígeno. Pero los partidarios del flogisto eran más, o al menos hacían más ruido.
Y tanta fama llevó a la degeneración, por lo que el flogisto terminó siendo el centro de toda la química cuando sólo era una posible explicación al fenómeno de la combustión. Y así se usó para explicar la respiración (como consecuencia de la combustión de la comida y que se eliminaría a través de los pulmones). Pero también valía para explicar lo que por entonces se denominaba combustión de los metales (y que hoy llamamos oxidación o corrosión). En este caso, hasta los experimentos parecían darles la razón: ¡al añadir ciertos compuestos ricos en flogisto (como el carbón vegetal), un metal calcinado se volvía metal sin calcinar! Y además ¡se producía un gas que no permitía ni la llama ni la respiración! ¡Era la prueba de que se había devuelto todo el flogisto al metal para su regeneración! ¡Qué explicación tan simple y tan lógica! ¿Cómo no iba a ser correcta?
Lástima que no sabían los principios de la metalurgia extractiva. Explicación más simple y más lógica aún.
Pero por entonces poco se sabía de esto. Y el flogisto también valía para explicar el color. A fin de cuentas, cuando se queman, muchas sustancias emiten llamas coloreadas y esas sustancias cambian también de color. Hasta los rayos eran la combustión de flogisto concentrado (y el trueno, el resultado del aire dispersado cuando el flogisto se consumía).
Así que tenemos al flogisto como lo más de lo más: indestructible, rígido, seco. Y lo más importante: imperceptible para los sentidos. ¡Cómo no iban a usarlo los embaucadores!
Ya a principios del siglo XVIII, el flogisto incluso tenía masa. Y ahí la cagaron.
Porque si tiene masa, cuando una sustancia se quema y pierde flogisto, su masa final debería disminuir en la cantidad de flogisto perdida, ¿no? Pues los experimentos decían que no. Es más, como en el caso de la combustión de los metales, al final incluso ¡aumentaba la masa!
Y en estas que se descubren lo que luego se llamaría hidrógeno y oxígeno, que se quemaban con más alegría que el propio aire donde estaba ese flogisto de marras.
Por supuesto, como suele hacer el ser humano, cuando la realidad nos hunde las ideas, en vez de mejorar esas ideas, intentamos cambiar la realidad. Así que los flogistas complicaron cada vez más la idea para intentar explicar los resultados desfavorables. Y como los anti-flogistas cada vez lo hacían mejor (contaban nada menos que con el francés Antoine Lavoisier, cuyos textos científicos estaban muy bien argumentados) al final la idea del flogisto tuvo que dejar paso a la más correcta explicación de la combustión por medio del oxígeno.
Pero esa es otra historia ya.
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