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Science and its times. Vol 3. 1450 to 1699 (Parte 11)


En esta época y en las anteriores, la cirugía no tenía la misma consideración que el resto de la medicina. Los cirujanos-barberos apenas recibían formación reglada y eran poco menos que carniceros.

Pero se empezó a practicar la medicina en un ámbito en el que anteriormente no se consideraba necesaria: el campo de batalla. Ya no era recibir una herida y darse por muerto. Ahora se avanzó un poco. Se usaba la amputación para detener la gangrena y que el herido pudiera seguir, si tenía suerte, con vida.

Aunque lo de la amputación para salvar el resto tuvo buena aceptación, había el debate de por dónde cortar: justo en el límite de la zona gangrenada, o claramente por encima afectando a tejidos sanos. Un asunto relacionado también con la necesidad de detener la hemorragia una vez hecho el corte.

Por ejemplo, si la amputación era en la pierna, no se solía amputar por encima de la rodilla porque ahí está la femoral, que sangra que da gusto.

Otro avance en la mejora de la atención médica en el campo de batalla (y en la vida civil también) fue la limpieza y vendaje de la heridas. entonces la práctica común era la de las películas, cuchillo a la hoguera hasta que se pusiera al rojo y posterior aplicación en la zona para cauterizar.

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Y la limpieza de las heridas no era mucho menos dolorosa: aceite hirviendo. Casi era mejor morir peleando!

Hasta que llegó Ambroise Paré. Que también fue médico militar. Y de jovencito. Allí descubrió que las heridas de bala, contrariamente a lo que se pensaba, no eran per se causa de envenenamiento, por lo que consideró que no era necesario freirlas en aceite ni quemarlas con un cuchillo al rojo. Él limpiaba las heridas con una mezcla de trementina, aceite de rosas y yema de huevo. Y también usaba torniquetes para detener la hemorragia. Así podía amputar por encima de las rodillas.


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Paré terminó siendo médico de reyes y nobles. Pero hubo más cirujanos franceses importantes, aunque menos famosos. Como Pierre Franco, que dignificó el escalafón más bajo, posibilitando el desprestigio de charlatanes y curanderos, al "asociar" al cirujano popular con el elitista médico. El muchacho este recorría los lugares como "especialista" en reparar hernias inguinales. La práctica habitual era una medida radical: amputar los testículos. Él desarrolló una técnica menos "definitiva", que consistía en realizar una pequeña incisión en la base del escroto y liberar la hernia.

Otra práctica que se desarrolló en esa época fue la cesárea (que recibe el nombre de Julio César, porque existe la leyenda de que nació por ese medio). El caso es que el método no era nada efectivo, pues la mujer moría y era realmente una técnica para salvar al feto. Así que el ya mencionado Paré modificó el asunto: ya que la mujer iba a morir de todas todas, había que esperar a que falleciera para inmediatamente abrir el vientre e intentar sacar el feto vivo. Aunque hay registros de 1581 en los que se indica que la mujer sobrevivía a una cesárea.


En Alemania, el más famoso era Guilhemus Fabricius Hildanus. Un "self-made man" de la época, demasiado pobre para ir a la Universidad, por lo que empezó como ayudante de barbero. Las cosas le fueron bien, aunque era partidario de la amputación por encima de la zona gangrenada y también diseño una especie de torniquete. Pero no sólo eso, sino que en sus libros también hablaba de operaciones de extracción de tumores en el pecho y de ganglios linfáticos.




En Italia ya tienen tradición de cirugía plástica, gracias a Gaspare Tagliacozzi, que usaba piel del brazo para reconstruir narices, usando moldes de papel. También operaba labios leporinos, cortando la parte deformada y cosiendo los extremos. El pobre se topó con la iglesia, que no veía con buenos ojos que se dedicase a arreglar lo que dios había creado.

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Afortunadamente, la prohibición de la iglesia no tuvo mucho efecto pues incluso su hijo continuó su trabajo ampliándolo a labios y orejas. 

Otro gran avance de la época fue la cirugía para eliminar las piedras del riñón. Hasta la fecha se actuaba a lo bruto, a través de la uretra para eliminar el bloqueo. Algo bastante doloroso.

La novedad fue atacar el asunto por atrás, realizando una incisión perianal. Una vez abierto el camino, usando las manos o una cuchara, se accedía al riñón para eliminar las piedras. Seguramente era una operación menos dolorosa, pero los efectos secundarios eran bastante incómodos. Además de producir infecciones por falta de higiene tanto de las manos como de los instrumentos.

Pero era una operación muy común, de tal manera que los cirujanos viajaban de lugar en lugar realizando estas prácticas.

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