Siguiendo un poco más con la alquimia.
Había un alquimista árabe, Abu Musa Jabir ibn Hayyan, más conocido en occidente como Geber. Pero unos 6 siglos después aparece otro Geber (llamado habitualmente pseudo-Geber o falso Geber), posiblemente un español, que también se dedicó a la alquimia. Antes de la aparición de la imprenta, los libros se hacían a mano y era habitual que se atribuyesen a autores pasados para darles mayor prestigio y asegurarse que se copiarían y distribuirían. Y eso es lo que parece hizo el falso Geber atribuyendo sus propios escritos al antiguo Geber.
La mayor contribución de este pseudo-Geber fue su trabajo con la química de los ácidos, sobre todo los que disolvían metales. Algo habitual en la búsqueda de la piedra filosofal y del alkahest. Los ácidos más usados hasta entonces eran los "naturales" acético (vinagre) y cítrico (naranjas y limones), ambos ácidos orgánicos y por tanto débiles a la hora de disolver metales.
Los ácidos minerales son mucho más fuertes, como el ácido sulfúrico, el nítrico o el clorhídrico, que fueron descritos por Geber y se acepta que él mismo es el descubridor del ácido sulfúrico.
Estos ácidos eran necesarios para conseguir la transmutación de los metales en oro. Así, primero tenían que deshacerse mediante disolución, que se garantizaría con el disolvente universal, el alkahest. Ese disolvente fue el agua regia, capaz de disolver el propio oro.
Y si se podía disolver el oro, pensaban, debería ser posible hacer el proceso inverso y conseguir oro a partir de otros metales.
El problema era que esos alquimistas poco sabían de la estructura de la materia y creían que cuando se disolvía un metal se descomponía en sus elementos básicos. Así, Geber creía que todos los metales estaban compuestos de diferentes proporciones de mercurio y azufre (una idea del Geber original). Por tanto, para transformar un metal en otro bastaría conocer las nuevas proporciones de mercurio y azufre para obtener el metal deseado. El trabajo sería conseguir modificar las proporciones de mercurio y azufre de un metal hasta obtener las del otro.
Y como los metales con los que habitualmente trabajaban los alquimistas (oro, plata, estaño, hierro, plomo) son elementos y no compuestos, pues no había manera de conseguir la transmutación de marras. O sea, que al disolverlos no se descomponían en elementos más simples, sino que seguían siendo lo que eran antes de disolverse.
A pesar de este nuevo fracaso de la alquimia en sus objetivos principales, sí se encontraron aplicaciones prácticas de los ácidos que se iban descubriendo. Por ejemplo, cuando una moneda de oro recubierta de plata se sumergía en ácido nítrico, la capa de plata se disolvía y el embaucador de turno podía decir que había transformado la plata en oro. Ante la posibilidad de conseguir mucho oro es fácil entender que estos "alquimistas" recogiesen mucha plata y... saliesen pitando hacia otro sitio para seguir timando a más incautos.
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