¡Ay los alquimistas y su búsqueda de la piedra filosofal!
Qué listos los muchachos en su intento de transformar cualquier sustancia en oro. Pobres. Pero gracias a ellos la química avanzó más de lo previsto.
Primero es conveniente saber que la alquimia llegó a Europa de la mano de los musulmanes durante su época de dominio sobre España. Pero hubo que esperar hasta 1100 para que los eruditos españoles tradujesen los textos alquímicos originales árabes.
Curiosidad: hay términos actuales en química que derivan directamente de palabras árabes, como álcali (Del ár. hisp. *alqalí, y este del ár. clás. qily, sosa), alcohol (Del ár. hisp. kuḥúl, y este del ár. clás. kuḥl) y el propio término alquimia (Del ár. hisp. alkímya, este del ár. clás. kīmiyā['], y este del gr. χυμεία, mezcla de líquidos).
El principio básico de la alquimia era que todo lo material provenía de los cuatro elementos fundamentales de los griegos clásicos: tierra, aire, fuego y agua y los efectos sobre ellos del calor, el frío, la humedad o la sequedad. Por tanto, creían, si se podía manipular sus características, se debería poder cambiar sus propiedades (al cambiar las proporciones internas de sus cuatro elementos constitutivos) y transformarlos en la denominada transmutación. Una transmutación que se facilitaría con el uso de la denominada piedra filosofal.
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¿Y por qué ese empeño en el oro? Pues por su valor (debido a la rareza con la que se encuentra libre en la naturaleza) y por su estabilidad frente a otros materiales que se degradan u oxidan. De ahí la correlación entre la transmutación de cualquier material en oro y los conceptos de incorruptibilidad y regeneración: los alquimistas también buscaban la duración eterna que parecía tener el oro.
Así, los chinos creían que comer en platos de oro prolongaba la vida.
El caso es que en la Europa del siglo XII lo de la inmortalidad y la resurrección se mezcló con la religión, de tal manera que se consideraba que la transmutación en oro era el símbolo de estar en la gracia de dios, por lo que se hablaba de la transmutación del alma.
Pajas mentales aparte, los alquimistas hicieron avanzar la química, por ejemplo, inventado el proceso de destilación. Esta técnica se usaba para extraer la esencia de una sustancia, su "espíritu". De esa época queda llamarle bebidas espirituosas a los licores destilados.
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Con la destilación se obtuvo el agua regia (mezcla de ácido nítrico y clorhídrico) que es capaz de disolver al oro. Por eso se le llamaba alkahest (que parece derivar también del árabe), la sustancia que disolvería cualquier materia y que sería básica junto con la piedra filosofal.
El resultado "científico" fue que gracias a los alquimistas se pudo obtener ácidos más fuertes que los "naturales" del vinagre (acético) y de las frutas (cítrico), que eran los disponibles por entonces. Y con esos nuevos ácidos fue posible hacer nuevos experimentos.
Otro de los objetivos, junto con la piedra filosofal y el alkahest, era obtener el elixir de la vida, que curaría cualquier enfermedad e incluso evitaría la muerte. Algo muy conveniente en una época en la que la sanidad no era de lo más efectiva que digamos.
De ahí que los charlatanes y curanderos florecieran como setas en primavera, haciéndose pasar por alquimistas con el objetivo de llenarse los bolsillos a costa de la desesperación e ignorancia (exactamente igualito que ahora).
Lo que no quiere decir que todos los alquimistas fueran unos charlatanes. Ahí está Roger Bacon, monje y profesor de Oxford, considerado públicamente como uno de los alquimistas más grandes de su época y predecesor del actual método científico.
No en vano escribía que quien no realiza experimentos, no podrá obtener resultados. Y diferenciaba entre el conocimiento a través del razonamiento lógico y el obtenido a través de la experimentación. Y llevaba un escrupuloso cuaderno de laboratorio de sus experimentos.
Bacon también quiso transmutar metales en oro. Por supuesto, no lo consiguió. Pero, tal como lo explicaba él, buscar la piedra filosofal era como escarbar en un jardín. Aunque no se encontrase el tesoro, el propio proceso de escarbar haría el terreno del jardín más fértil.
Su empeño en usar la experimentación y la razón frente a la verdad revelada le trajo complicaciones con los mandamases del cotarro religioso y el papa Urbano IV mandó encarcelarle durante unos 10 años. Cuando salió, con 80 años, no debía estar muy "reinsertado" que digamos porque volvió inmediatamente a su laboratorio. Algún tiempo después moría, según parece a consecuencia de una explosión.
Otro alquimista de reconocida fama era Ramón Llul, otro religioso al que terminaron acusando de herejía. Para hacer méritos, se fue al norte de África a evangelizar moros. Lo que consiguió fue que los jefazos musulmanes le miraran mal y terminó muerto por lapidación en Túnez.
Otro alquimista español fue Arnau de Vilanova, que también terminó delante de la Inquisición acusado de herejía y brujería.
Al final, el papa Juan XXII emitió en 1317 una bula en la que condenaba la alquimia. Aunque con poco éxito pues se siguió practicando con alegría y desparpajo durante todo el Renacimiento posterior.
Lo que sí hubo, sobre todo a partir de 1500 fue una deriva de la alquimia espiritual hacia un uso práctico de los resultados de los experimentos hacia la medicina y las enfermedades: la iatroquímica (la química de los médicos, pues iatro es el término griego para médico).
Ahí aparece el famoso médico suizo Phillipus Paracelsus (Paracelso), que aún creía en los cuatro principios básicos griegos, así como en los principios alquímicos del mercurio, el azufre y la sal (por sus características como sustancia conservante). De esa época es el uso de medicinas con mercurio para tratar enfermedades como la sífilis, que perduró hasta principios del siglo XX. Otro de sus descubrimientos fue el efecto tranquilizante del láudano, un destilado.
Así que empezó a ser habitual que los médicos y los químicos usaran los principios de la alquimia para sus preparados. Desgraciadamente, algo más se tardó en averiguar los efectos perjudiciales de ingerir mercurio y otros metales pesados. Aunque es posible que muchos de los alquimistas padecieran sus efectos al experimentarlos con ellos mismos.
De forma oficial, se considera que la alquimia perdió su pátina científica cuando Robert Boyle publicó allá por el siglo XVII su libro "El químico escéptico", en el cual desmontaba el mito de los cuatro elementos fundamentales.
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