El capítulo 8 se titula Super-organic evolution.
Y es sobre la, por entonces, candente cuestión de si los caracteres adquiridos podían heredarse, junto con la idea de la pangénesis de Darwin.
Por supuesto, ya van 133 páginas dando la brasa, para Iverach, Darwin no soluciona nada sino que muestra lo complejo que es el asunto. Y que la ciencia también odia a la teología.
Lloriquear es una forma de evitarse dar pruebas de las afirmaciones que se hacen.
Por lo menos no niega que hay una "relación de unidad orgánica entre las generaciones". Aunque matiza que "La modificación orgánica es, sin embargo, un proceso caro y no puede seguir por siempre...". Por tanto, "...el proceso de cambio orgánico ha ido cada vez a menos a medida que la vida se ha hecho cada vez más complicada".
Evidentemente, siendo cristiano, Iverach no puede sino considerar al ser humano el culmen de la evolución. Bajo la tutela de dios, claro. Porque una vulgar y simple célula no va a ser capaz de dar lugar a un Shakespeare o a un Newton.
Y no le basta con eso de la supervivencia del más apto. Iverach es hijo del racismo decimonónico inglés. Las "razas superiores" son las mejores (en fuerza, tamaño, sagacidad o actividad), pero, según él, a costa de perder fertilidad. Las razas inferiores y las clases sociales bajas no sobreviven por ser mejores, sino porque se reproducen sin descanso.
Las mismas imbecilidades que dicen los racistas actuales.
Pero volviendo a lo de que el hombre (básicamente el gentleman inglés) es la corona y el objetivo del mundo orgánico (porque en el hombre "el mundo orgánico se ha reconocido"), no necesita evolucionar orgánicamente, pues puede modificar su entorno, concretamente con "herramientas y armas". Es más, incluso "un salvaje puede en el curso de su vida convertirse en un hombre civilizado". Ningún animal, según Iverach, es capaz de usar ni crear una herramienta con la capacidad que lo podía hacer un ancestro humano. Aunque reconozca que hay chimpancés que usen piedras como herramientas.
Y dado que dios le nombró rey de la creación, también tiene el poder de modificar orgánicamente a otros animales para su servicio.
Por eso, los ateos no son capaces, según Iverach, de explicar la evolución de la inteligencia humana a partir de los animales, aunque puedan explicar la evolución orgánica.
Y dado que, según Ivercah, hay límites para la modificación orgánica, por tanto (pero sin ninguna prueba más allá de que lo diga él), también lo hay para la herencia, en el hombre. La educación (otra vez el gentleman) cuenta más que la herencia, lo que no tienen los animales inferiores.
Las creaciones intelectuales del ser humano no se transmiten orgánicamente sino por medio de la cultura. Los animales inferiores precisas evolucionar orgánicamente para transmitir "experiencia", pero el hombre ha transcendido las leyes de la variabilidad, la selección natural y la herencia. Ha conseguido "otras leyes superiores de desarrollo". De ahí la diferencia entre el hombre y la "creación inferior".
Lo dicho, hijo de su época.
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