Una de las condiciones más miserables del ser humano es el desprecio que siente por los que cree que son diferentes. Y hay poco camino del desprecio al odio.
Por eso la explotación y la esclavitud son casi universales antes y ahora, aquí y allá. Siempre ha habido quien se aprovecha de los demás, y quien busca motivos (casi siempre basados en la religión) para justificar esa situación.
Y en la ciencia no ha sido diferente. Linneo desarrolló el sistema taxonómico para clasificar los seres vivos, incluyendo a los seres humanos, a partir de la geografía y del color de la piel: Europeos blancos, Asiáticos oscuros, Americanos rojos (los nativos, los otros entraban dentro de la categoría de europeos), y Africanos negros. No estaría muy mal, si no fuera porque además de esas características añadía otras claramente subjetivas y nada científicas (o sea, directamente racistas): Los europeos serían "esperanzados"; los asiáticos, tristes y rígidos; los americanos (nativos), irascibles; u los africanos, tranquilos y vagos.
Podríamos decir que no se podría esperar otra cosa de alguien que vivió en el siglo XVIII, pero creo que a una de las mentes más brillantes de su época sí se le podía exigir más rigor a la hora de establecer estas categorías (o por lo menos el mismo rigor que usó para animales y plantas).
Y lo mismo pasaba con otro naturalista como Georges Buffon, en el mismo siglo, quien sin despreciar esos calificativos acientíficos, añadió nuevas "razas" como los Lapones (o Polares), los Tártaros (o Mongoles). Y los asiáticos pasaron a ser Sur-asiáticos y los Africanos fueron Etíopes.
Otros, como Meiner, ya ni se molestaban en disimular el odio hacia otras gentes y dividían a los seres humanos en dos grupos: Los que derivaban de los "agraciados" blancos (celtas, sarmantianos y orientales), y el resto ("feos" oscuros).
Decía que es posible buscar justificaciones en la época en la que vivieron o que muchos de estos científicos jamás vieron en persona a otras gentes y se basaban en relatos o testimonios que estaban cargados de prejuicios y falsedades. Pero lo que caracteriza a las mentes privilegiadas es precisamente ir más allá de esas cosas y ver la esencia, lo realmente importante.
Y una de esas mentes fue la del alemán Johann Friedrich Blumenbach. Su disertación de 1975 para adquirir su doctorado en medicina se tituló Sobre la unidad de la humanidad en la que dio una gran lección tanto de rigor científico como de respeto a la condición humana. En ella, evidentemente, usaba el color de la piel (y del pelo) como rasgo diferenciador. Pero también introducía los rasgos faciales, la forma de los dientes y la morfología del cráneo. Y no usaba aspectos culturales ni tópicos de comportamiento. Por eso, por usar medidas científicas en vez de prejuicios culturales, no encontró diferencias significativas.
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Y a partir de esos datos estableció cinco grupos: Caucásico, Malasio, Etíope, Americano, y Mongol. Eso sí, considerando al Caucásico como el grupo intermedio.
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Pero planteaba una gran diferencia con otros estudiosos: Que todas las razas tenían el mismo estatus e igualdad. Nada de que los europeos fuesen mejores o superiores, ni tan siquiera antropológicamente.
Un magnífico precedente para Charles Darwin, Alfred Russel Wallace y Gregor Mendel.
Y su trabajo fue continuado, llegándose a la clasificación más reducida de tres grupos principales: Caucasoides (indo-europeos), Negroides (África, Melanesia y Nueva Guinea), Mongoloides (Asia, nativos americanos y esquimales).
Desgraciadamente, no fue lo bastante influyente para eliminar el racismo no ya de la sociedad, sino ni tan siquiera de la ciencia. Una ciencia que no es capaz de entender que los seres humanos no somos genéticamente diferentes sino que somos el producto de la variabilidad de unos mismos genes comunes.
Y aún hoy es posible encontrar a gente capaz de justificar la mayor o menor inteligencia o incluso la tendencia "natural" de unos humanos a ser peores o más pobres que otros, en los genes. Unas ideas claramente ancladas en prejuicios culturales y religiosos (de pueblos elegidos frente a los infieles o paganos).
Pero la genética mitocondrial ha demostrado que todos, ricos y pobres, guapos y feos, listos y tontos, provenimos de un pequeño grupo de personas que vivieron en el este de África hace apenas 200000 años y que hace 100000 años se expandió por el resto del mundo.
Y la historia de ese pequeño grupo, nuestros más antiguos ancestros, y cómo consiguieron poblar el resto del planeta sí que debe ser fascinante.
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