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Science and its times. Vol 3. 1450 to 1699 (Parte 26)

Decíamos ayer... que ya en la época de los griegos clásicos se discutía sobre la composición de la materia.

Leucipo y Demócrito ya sostenían que la materia estaría formada por pequeñas unidades minúsculas e indivisibles, los átomos (que en griego quiere decir, eso, indivisible). Para ellos, los átomos serían eternos (sin principio ni fin), indestructibles e infinitos. Estarían siempre en movimiento a través del vacío y se caracterizarían por su tamaño, forma y "solidez". De esa manera, gracias al movimiento y a los choques-combinaciones-separaciones entre ellos, se formarían las cualidades de las cosas y los cambios entre ellas.

El movimiento de esos átomos no estaría determinado por su propia voluntad o por azar, sino por la necesidad o destino.

Más tarde, Epicuro (un filósofo que fue mucho más allá del tópico epicúreo) y un discípulo suyo, el poeta Lucrecio, modificaron esas ideas añadiendo el concepto de peso relativo entre diferentes tipos de átomos y la posibilidad de que su movimiento tuviera lago de aleatorio.


En la otra esquina del cuadrilátero, ya comentamos anteriormente, estaba Aristóteles con sus ideas de las cualidades, los elementos y las sustancias. Además de su distribución del Universo en esferas rígidas. En la Tierra, o esfera sub-lunar, habría cuatro cualidades básicas, caliente, frío, húmedo y seco. Estas cualidades básicas se combinarían en parejas para originar una "materia prima" indeterminada sin cualidades innatas. Así, surgen los cuatro elementos básicos como combinación de las cualidades primarias: fuego a partir de caliente y seco; aire, a partir de caliente y húmedo; agua, a partir de frío y húmedo; y tierra, a partir de frío y seco.

A su vez, los cuatro elementos podrían combinarse para dar lugar a las sustancias simples, tangibles y uniformes (por ejemplo, sangre, huesos, músculos), llamadas homoiómero, que a su vez se combinarían para dar lugar a la materia compleja (por ejemplo, un ser humano), o anhomoiómero.

Por tanto, la sustancia sería una entidad única, que no se podría dividir en partes más simples, con unas propiedades también únicas. Esas sustancias estarían gobernadas por un principio innato.

Y de ahí lo básico y unitario innato (o potencial) y las posibles manifestaciones de sus características (o actos). En esa teoría, un cambio afectaría a la sustancia de la cosa que está cambiando, en dos posibles maneras: en su esencia (y por tanto, tras el cambio sería otra sustancia); en sus "accidentes" (es decir, que la sustancia mantiene su esencia y lo que cambian son sus propiedades "externas").

Aristóteles tampoco aceptaba el concepto de vacío, sino que consideraba el concepto de lugar como una relación entre las posiciones de los diferentes objetos en el espacio. Y completaba el concepto con sus cuatro principios o causas del movimiento y del cambio (explicando no sólo cómo cambian las cosas sino también el porqué de ese cambio). Así surgen las causas formal, material, eficiente y final. 

El Universo de los atomistas estaba construido desde lo pequeño hacia lo enorme, con los diminutos átomos en la base. Para estos pensadores todo lo tangible era "accidente" originado por la interacción entre los átomos, sin ninguna esencia o motivo. El Universo de los aristotélicos iba de lo enorme a lo esencial, siendo las sustancias y las cualidades las bases reales de la materia. Los cuatro elementos no podrían existir individualmente, y sus combinaciones tenían un fin y un objetivo.

Evidentemente, la teoría atomística no cuadraba bien con las ideas antropocentristas introducidas por la religión, por lo que el aristotelismo triunfó. Además, en su formulación se ajustaba mejor a algunos fenómenos naturales, sobre todo los biológicos. De ahí que las ideas de Epicuro se acusaran de ateas y de hedonistas o viciosas. O que el único poema "atómico" conservado intacto, el De rerum natura (sobre la naturaleza), del mencionado Lucrecio, no se volviera a tener en cuenta hasta 1417.

Pero la naturaleza es terca y cabezona, y cuando la ciencia empezó a ser cuantitativa y matemática, el aristotelismo mostró sus debilidades: las "sustancias" ya no podían explicar las reacciones de la química. Ahí surgió la idea de Paracelso de los tres principios inmateriales frente a los cuatro elementos aristotélicos; la astronomía no encontraba por ningún lado las rígidas esferas celestes; incluso Torricelli con su barómetro demostró la existencia del vacío. Cosas todas que la teoría "atómica" sí podía explicar.

Pero dada la predominancia de la teoría aristotélica y la casi nula presencia de otras posibles explicaciones hizo que el derrumbe del aristotelismo viniera desde dentro. Es más, según parece, es posible que el propio Aristóteles diese la pista para acabar con sus ideas. Porque aunque él mismo consideraba que la materia era infinitamente divisible, las sustancias serían una especie de entidades mínimas que si se dividiesen perderían su esencia. Y a eso se agarraron los filósofos árabes Avicena (Ibn Sina) y Averroes (Ibn Rushd) para decir que en las reacciones químicas, el producto obtenido se origina de los compuestos que reaccionan, pero que estos compuestos originarios se mantienen en el producto, puesto que en la descomposición del producto vuelven a aparecer las sustancias originales.

Estas ideas árabes llegaron a Europa en la Edad Media, decantándose por la idea de la materia mínima (lo que más tarde volverá a llamarse átomo) perdiendo apoyo la idea de sustancia.

Así que resurge el epicureísmo "atómico" gracias al filósofo Pierre Gassendi, que al ser cura "adaptó" las teorías atómicas al cristianismo.

http://akifrases.com/frases-imagenes/frase-naci-sin-saber-por-que-he-vivido-sin-saber-como-y-muero-sin-saber-como-ni-por-que-pierre-gassendi-172235.jpg


Así que los átomos infinitos, eternos, en perpetuo movimiento e indestructibles de Epicuro y Demócrito se transformaron en unos átomos cristianos: finitos, creados y puestos en movimiento por dios, que es el que ordena sus características para cumplir el propósito que dios quiere. Los pobre átomos ahora ya son pasivos e inertes, y se caracterizan sólo por su tamaño, forma y solidez. Eso sí, el espacio ya tiene entidad propia fuera de la materia, siendo el continente de las cosas y del vacío entre ellas.

Pero como no podía ser de otra manera cristiana, dios crea el alma (y los ángeles) de materia incorpórea, que no tiene ni materia ni ocupa espacio. Porque una cosa es la realidad y otra acabar con los dogmas de fe.

Y ni con esas quedó ya claro el asunto. Porque a los físicos les gustaban más los átomos, pero a los químicos les molaba lo de la "minima naturalia". Por ejemplo, Galileo consideraba a los átomos como entidades matemáticas puntuales sin que ocuparan realmente un espacio real. O Descartes, que formulaba la materia como un espacio tridimensional, sin presencia del vacío, lleno de partículas de tres tamaños diferentes (pero con formas indeterminadas, formando vórtices en movimiento constante).

En esas estaban cuando apareció el alemán Daniel Sennert, y su propuesta de síntesis.


http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/1/15/Daniel-Sennert.jpg

Según este muchacho, los cuatro elementos aristotélicos estarían formados a su vez por átomos, y esos cuatro elementos a su vez formarían los tres principios de Paracelso, cuyas combinaciones formarían los diminutos minima naturalia que dan lugar a la materia tangible. Hala, y así todos contentos, ¿no?

Otro que buscó el camino fácil en ese sentido fue Boyle, que usaba lo de corpúsculo para no tener que decantarse entre los átomos o los minima, pues se veía incapaz de demostrar experimentalmente si la materia era indivisible o no.

Al final, apareció Newton y como en sus escritos se decantó por el término átomo para sus escritos sobre gravitación y óptica, el asunto quedó en que la materia estaba formada por "atomos" pero gobernados por fuerzas inmateriales, pues ni Newton se atrevió a quitar a dios del medio. También podemos pensar que de esta manera se aseguraban que la teoría "atómica" no fuera acusada de atea. Pero por ahí andaba el escéptico inglés Hobbes, aunque esa es otra historia.

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