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Science and its times. Vol 5. 1800 to 1899 (Parte 12)

Otra gran revolución que se produjo en esta época tiene a su mayor representante en el francés Louis Pasteur y su teoría de los gérmenes como causantes de las enfermedades.

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A pesar de estar ya en el siglo XIX, todavía persistían ideas totalmente obsoletas sobre el origen de muchas enfermedades. Algunas se remontaban a los "humores" aristotélicos y galénicos que sólo se "estabilizarían" mediante el uso de sanguijuelas y sangrías.Y aunque ya hacía 200 años que Von Leeuwenhoek había visto los microbios (animálculos les llamaba), todavía nadie había encontrado su relación con las enfermedades.

Por tanto, no es de extrañar que enfermedades como el cólera, la tuberculosis, la difteria, la sífilis, la fiebre amarilla o la mortalidad de recién nacidos y mujeres durante y tras el parto se contaran por millones. Por no mencionar las infecciones en animales de cría y en otras industrias alimentarias que también causaban grandes pérdidas económicas y peor disponibilidad de alimentos.

Una situación que puso a trabajar a mucha gente, entre la que destacó (por sus éxitos y posiblemente también por su forma de ser, que hoy llamaríamos muy "mediática") el anteriormente mencionado Pasteur. Pero antes que él los higienistas ya habían empezado a ver la importancia de la higiene en la incidencia de ciertas enfermedades, aunque ellos tampoco conocían las causas que las provocaban. Pero fueron esos mismos higienistas los más fervientes partidarios de la teoría de los gérmenes una vez planteada por Pasteur, ayudando a su reconocimiento y aceptación generales.

La forma de encarar este asunto no es tal vez la típica que podríamos imaginar de un "científico". Pasteur llegó a él a través de un asunto más de "ingeniería": Los problemas que había en las destilerías de Lille, al norte de Francia (donde Pasteur trabajaba como profesor de química). Problemas que tenían que ver con la fermentación de la remolacha para obtener alcohol, al tener que añadir levadura. Pasteur fue el primero en considerar la levadura como un organismo vivo (un microbio) imprescindible para la fermentación. Por eso en las cubas donde no había levadura no había tampoco fermentación. Pero, ¿por qué había cubas donde no había levadura si se añadía a todas? Pues, gracias al microscopio, porque había otros "microbios" que mataban a la levadura (algo que sólo podía pasar si la levadura también era otro organismo vivo).

Por tanto, ya tenemos dos ideas importantes: Los microbios son organismos vivos y pueden tener efectos perjudiciales. Y además, como pudo comprobar calentando vino, morían los microbios, pero no se modificaba el sabor. De ahí surgió el proceso de esterilización actualmente conocido como pasteurización.


De trabajar para la industria de la fermentación su interés, naturalmente, pasó a la por entonces todavía vigente idea de la generación espontánea, de amplia aceptación como origen de los microbios, como ponen de manifiesto los experimentos de Félix Pouchet. En la demostración de que estos experimentos estaban mal diseñados y realizados Pasteur usó su propia habilidad como experimentalista, con su famoso montaje de los recipientes tapados por tubos muy delgados. Con ese experimento demostró definitivamente que no había generación espontánea, sino microbios (y experimentos mal hechos).

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El caso es que el hombre se vino arriba y quiso aplicar su teoría de los gérmenes de la fermentación a las enfermedades. Y aprovechó un encargo del gobierno francés para que descubriese la causa de la muerte masiva de gusanos de seda, lo que permitió descubrir los dos tipos de microbios que la causaban y la mejora de la industria al poder seleccionar los gusanos no afectados.

Es entonces cuando entran en escena los higienistas, como los ingleses John Snow (quien demostró que una higiene adecuada era esencial para combatir el cólera y otras enfermedades infecciosas) y Joseph Lister (quien desarrolló antisépticos para eliminar bacterias durante y después de la cirugía) o el húngaro Ignaz Semmelweis (quien introdujo los antisépticos durante los partos disminuyendo la mortalidad de las parturientas). El propio Pasteur se ganó el desprecio de los soberbios médicos cuando les dijo que sus ropas e instrumentos contaminados y su falta de higiene eran la causa de muchas enfermedades de sus pacientes (qué se podría esperar de gente que aún hoy en día se autoproclaman "doctores" cuando sólo son licenciados).

Y no podíamos acabar sin hablar de las vacunas. El aleman Robert Koch consiguió aislar los microbios causantes del ántrax (que afectaba con gran intensidad a la ganadería), el cólera y la tuberculosis. Y el inglés Edward Jenner estaba estudiando por qué las lecheras que habían contraído la menos peligrosa viruela de las vacas (cowpox) no padecían la mortal viruela humana (smallpox). Así que inyectó a la gente pequeñas dosis de fluido con viruela de las vacas, comprobando que no les afectaba la viruela.

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Pero Jenner no sabía por qué su método preventivo con una vacuna natural funcionaba. Pasteur se puso a desarrollar un procedimiento para producir artificialmente vacunas para animales, empezando con la cólera aviar (que afectaba a las gallinas). Descubrió que si hacía cultivos durante largo tiempo del microbio que la causaba y luego se la inyectaba a las gallinas enfermas, se curaban. Y que si a esas mismas gallinas curadas les inyectaba otra vez el microbio en su estado más activo y peligroso, no volvían a enfermar: Se había descubierto la inmunidad mediante la vacunación con un cultivo del microbio debilitado. Y su idea tuvo éxito también con el ántrax y la fiebre porcina, con lo que su fama fue mundial.

El siguiente paso lógico era hacer la prueba con personas enfermas de rabia (hidrofobia). Aquí había dos problemas añadidos: El primero era que la causa de la rabia, transmitida por el mordisco de un animal también rabioso, es un virus, demasiado pequeño para ser observado por los microscopios de la época; el segundo, que los virus no podían cultivarse en laboratorio pues precisan de células vivas para multiplicarse.

Pero sí sabía que estaban en la saliva de los animales infectados, por lo que la inoculó primero a conejos. Y también sabía que la rabia afectaba a la espina dorsal, por lo que una vez muertos los conejos se la extrajo y con ella preparó una disolución que inyectó en otros conejos. Repitió el proceso varias veces y al final la inoculó a perros sanos, que quedaron inmunes frente a las mordeduras de otros perros con rabia. El método funcionaba incluso con perros infectados pero que no hubieran desarrollado los síntomas.

Y en 1885 fue la prueba con un niño mordido por un perro rabioso, quien sobrevivió al igual que otro más tarde (Otro asunto fue cómo Pasteur, quien no era médico, pudo probar un medicamento experimental sólo ensayado antes con unos cuantos conejos y perros. Eran otros tiempos). El éxito fue tal que pudo establecer el Instituto Pasteur, en el cual, por cierto, nunca llegó a trabajar.

Los beneficios de las vacunas y la inmunización son tan incontestables y evidentes que no voy a perder el tiempo en los miserables anti-vacunas, por muy famosos (e ignorantes) que sean sus partidarios. Gentuza.


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