Menuda época esta del Renacimiento. Tiempo de derribar barreras y saberes establecidos. Pérdida de respeto a la aceptación acrítica de los antepasados.
Pero no sin resistencia. Porque con la aparición y primeros pasos de las universidades (formalmente activas desde el siglo XII), también empezó el endiosamiento de los médicos (recuerden que se autodenominan "doctores" cuando sólo son "licenciados"). Su soberbia era tal ya desde el principio que a lo que no eran de su casta despectivamente les llamaban "empíricos". Bien es verdad que muchos de esos "empíricos" eran embaucadores y timadores, verdaderos curanderos y pícaros.
Hasta entonces lo que primaba y daba pedigrí era saberse de memoria los trabajos de Galeno (sí, del siglo -III) y los más actuales de Abu-Ali Al-Husain Ibn Abdulla Ibn Sina, más conocido como Avicena (¡ya del siglo X!), que completó los escritos de Galeno.
En cualquier caso, toda la medicina de la época se basaba en los cuatro humores, que a su vez provenía de la anterior teoría de los cuatro elementos de Empédocles (siglo -V) popularizada por Aristóteles e Hipócrates. En este sistema, la salud era debida al balance entre los cuatro humores: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Una enfermedad provocaría un desajuste entre los cuatro humores que se recuperaría aplicando el humor contrario al más afectado. Todo se arreglaba mediante la dieta, purgas o sangrías (no las de beber, desgraciadamente). Sería la teoría de los contrarios (por oposición, por ejemplo, a la teoría de los similares de los homeópatas).
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Pero ya estamos en el siglo XVI y la aparición de nuevas enfermedades (como la lepra y la sífilis) y el fracaso evidente de los viejos métodos de curación iniciaron el debato entre los "antiguos" y los "modernos". Los "antiguos" querían volver a la pureza de los ancestros; los "modernos" creían que un exceso de respeto había estancado el saber. Fueron los inicios de la experimentación y de la observación como herramientas del avance del conocimiento, frente a la pura lógica y el razonamiento mental. Así surgieron nuevas teorías sobre las enfermedades y la curación.
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Aparecieron nuevos alquimistas, como Paracelso, que ayudaron a reemplazar la vieja idea de los cuatro humores por la de los tres principios: sal, azufre y mercurio. No parece gran cosa en principio, cambiar unos elementos por unos principios, pero tiene su importancia debido a que surgieron no de la lógica mental sino de la experimentación. Esos principios eran el resultado de aplicar técnicas químicas (o alquímicas) de separación de la materia en sus constituyentes: una parte volátil (el mercurio, en referencia, supongo, al dios alado griego), una parte fluida (el azufre), y un resto sólido (la sal, como cuando se incinera una sustancia orgánica, que queda sólo la ceniza, formada por sales minerales).
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Pero estos nuevos alquimistas hicieron algo todavía más novedoso: iniciaron la química. consideraban que el verdadero propósito de su trabajo no era obtener la piedra filosofal o el elixir de la vida eterna, sino la fabricación de medicinas.
Por el otro lado estaban los "vitalistas", con su creencia de que los organismos vivos tenían propiedades exclusivas que los diferenciaban sustancialmente de la materia inorgánica. Su mayor defensor, en aquella época, fue Van Helmont, quien, curiosamente, era seguidor de Paracelso.
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La base de esta teoría era que sólo los organismos vivos podían producir los "fermentos" que permitirían la digestión de la comida y su incorporación al organismo. Para ello, la química de los organismos vivos, o que hubieran estado vivos estaría siempre separada de la de la materia inorgánica, sin posibilidad de mezclarse.
Ambas aproximaciones continuaron vigentes hasta pleno siglo XIX, y en uso por algunos embaucadores y curanderos hasta la actualidad, como las sangrías y las sanguijuelas (http://www.youtube.com/watch?v=o_NZn3HQkv0). Incluso en los años 20, se volvió a aplicar la teoría de los contrarios cuando se inoculaba el virus de la malaria para curar la sífilis. Otros tuvieron mejor criterio, como Mayer, médico naval del siglo XIX, que cuando hacía sangrías a marineros observó que si se hacían en el trópico la sangre tenía menos oxígeno que si se hacía en ambientes más fríos. Con ello estableció el principio termodinámico de la conservación de la energía.
Volviendo a Paracelso, su teoría se inscribía en la denominada ioatroquímica (o química que cura), que a su vez influyó enormemente en la dieta europea. En la dieta de los ricos, que eran los que podían escoger su comida. Hasta entonces, se basaba en el azúcar, vegetales cocidos y vino templado, que actuarían como "equilibradoras" de los humores galénicos. pero hacia 1700 ya se consumían vegetales crudos y frescos, bebidas frías y menos azúcar, gracias a los principios del suizo... y de los "fermentos" digestivos de Van Helmont.
Residuos de la iatroquímica los tenemos en la actualidad, cuando los médicos nos toman a presión sanguínea, la temperatura y el pulso para establecer nuestros estado de salud. Técnicas que se establecieron en el siglo XVII.
Los "vitalistas" lo tuvieron más crudo, pero tienen el mérito de ser los que originaron la clasificación de la química en orgánica e inorgánica. Pero la cagaron más con su idea de la generación espontánea de la materia inorgánica. Aunque hubo que esperar a 1860, cuando Pasteur demostró que un trozo de carne podía conservarse teóricamente de forma indefinida si no tenía microbios. Eso hacía desaparecer lo de la generación espontánea, pero parecía ser una victoria del propio vitalismo, pues los microbios parecían ser "originados" por el carácter de la carne de materia anteriormente viva. Pero ya antes, en 1820, Wöhler había "creado" urea, un residuo orgánico, a partir de sustancias inorgánicas, algo imposible según el vitalismo (que pensaba que la química orgánica y la inorgánica eran sustancialmente diferentes).
Sí es cierto que actualmente no hay nadie "normal" que pueda sostener los principios básicos del vitalismo, pero curiosamente, se podría discutir cuál es la diferencia esencial entre un organismo vivo y la materia inerte. A lo mejor llegábamos a la conclusión de que las enzimas tienen algo que decir. Las enzimas podrían considerarse la versión moderna de los "fermentos" de Van Helmont, ¿no?
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